El
aroma es el idioma de los sentidos. No hay nada como el olor para
definir a las personas, nada como cerrar los ojos y aspirar esas
partículas de vida para predecir si el suyo será un encuentro
amable, un encuentro rudo o un encuentro sorpresivo, proveniente de
un aroma desconocido.
Pero
hay que tener cuidado con esto de los olores. Porque nada es más
desagradable que estar olisqueando a alguien y por lo mismo, nada es
tan perjudicial para nuestras operaciones. Nuestro intentos deben estar
camuflados en forma de abrazos, saludos o apretones de mano. Tampoco
se puede cometer la imprudencia de expandir y contraer las fosas
nasales como un animal resoplando. La sensación llegará, tarde o
temprano, sin presiones, sin exigencias, y tú solo deberás aguardar
por ella.
Supongamos
que hasta aquí, todo ha marchado bien. Y de repente, como si de magia se tratase,
el aroma comienza a colarse por tus fosas nasales, despertando tus
sentidos, avivándolo todo. Eso significa que está llegando, eres
capaz de sentirlo, la vida hecha olor, el cuerpo hecho aroma, y que
ahora esa sensación está siendo cotejada con tus otros sentidos
para obtener un resultado.
El
secreto reside en que nada puede engañar al olfato. Por algo es el
último de nuestros sentidos ancestrales; un vestigio antes usado para detectar la comida distancia y para
encontrar con quién aparearse. No importa cómo alguien se vista,
la forma en qué actúe, lo bien que diccione, lo fuerte que sea;
porque todo se puede modificar, todo se puede fingir, mas no el aroma.
Una
profunda inhalación del perfume de aquella persona que amamos
bastará para llenarnos de confianza. Por el contrario, un olor que
nos parezca desagradable querrá decir que nos encontramos frente a
un enemigo, un rival o alguien que nos odia en secreto. Ciertos
matices determinan estas pautas.
Pero
servirse del olor también tiene sus desventajas. Un aroma
desagradable no impregna una sustancia, como no impregna una persona,
por siempre. Con el tiempo, esas sensaciones desaparecen para dar
paso a la aparición de nuevos olores. Por eso es tan importante el
aspecto y la apariencia en los reencuentros. Y más aún, por eso
existen los reencuentros.
También
existen los aromas especiales, aquellos que fueron decisivos en otro
tiempo y que no pudimos borrar de nuestra mente. El olor de nuestra
madre, del primer amor, de nuestra casa. Son ellos los que siempre,
aún después de mil años, serán agradables, y los que nos hacen
voltear cuando alguien que posee un olor parecido al de un ser amado se nos cruza por la
calle.