“El
que muere este año se libera el próximo.
Le
debemos una muerte a Dios”
Aquella era una mentira más. Solo servía para volver estúpidos a
los hombres. Dios da la vida pero no puede arrebatarla. No tiene esa
capacidad. Nosotros decidimos cómo vivimos y cómo vamos a morir. La
muerte es esencial, es un ingrediente de nuestra composición. En
ella, el hombre encuentra su realización. No hay que escapar a la
muerte, sino observarla, estudiarla y finalmente, desafiarla. Dejar
todo antes de la muerte para que no se lleve lo mejor.
El Viejo murió pocos días antes de cumplir 62 años. Su cuerpo ya lo
había traicionado. Parecía un gigante encorvado. La muerte no pudo
llevarse mucho de él. Al contrario, fue el Viejo quien le arrebató
mucha vida a la muerte. En historias, en viajes, en amigos, en
amores. Fue para arrebatarle esas experiencias que el Viejo desafió
una y otra vez a la muerte. Y ella se terminó ensañando con él.
Para derrotarlo, utilizó el método más terrible de todos, uno que
versa según la siguiente máxima: “al que los Dioses quieren destruir,
primero lo vuelven loco”.
Terminó muy mal el Viejo. Loco, enfermo, iracundo, incapaz de
escribir dos palabras seguidas. Eso quiso lo muerte. Cocinarlo antes
de devorarlo. En compensación por los trozos de vida que él le fue
arrebatando, lo privó de sus facultades. Pero fracasó, porque al
Viejo aun le quedaba un arma para luchar, aun disponía de su alma.
Estaba dispuesto a inmolarse y a usar el fuego de su alma como una
espada, aunque ello significara quebrar el valor más sagrado para
él: el coraje. Y con eso, aceptar que fue un cobarde.
Incluso el hombre más valiente de su generación fue un cobarde.
Sus hazañas mundialmente conocidas no eran pruebas de su valor, sino
esfuerzos de un cobarde que quería dejar de serlo.
En
literatura existen pistas, pequeños indicios que nos permiten
apreciar la condición humana del escritor. Son imperfecciones en la
construcción de los escritos, y ya que toda construcción es
imperfecta, hasta el más cuidadoso escritor deja constancia de
ellas. Los personajes de Hemingway son hombres que se enfrentan a un
destino desfavorable en condiciones adversas, las cuales aprovechan para mostrar su valor. Inevitablemente pierden —
y muchos de ellos, lo pierden todo—
pero han encontrado una victoria en la derrota, un triunfo en su
coraje, una manera de superar a la muerte. Incluso estos
impresionantes hombres muestran deficiencias, cualidades que los
humanizan y los vuelven más cercanos a nosotros. De este modo,
tenemos a un seductor, aventurero y bebedor que, a su vez, ha sido
emasculado de su miembro viril; a un guerrillero idealista que
durante una misión encuentra al amor de su vida y ya no desea
pelear más, y a un joven profundamente enamorado que odia a su hijo por
las complicaciones que su nacimiento significó para su mujer.
Creo con firmeza que el Viejo trató de acabar con ese miedo que lo
azolaba como lo hicieron los personajes de sus ficciones. No hay nada espectacular allí. Pero Hemingway llevó su convicción hasta
volverla obsesión. No pudo ver sus límites o no quiso prestarles atención. Muchas veces los sobrepasó y obtuvo consecuencias. De
paso, aprovechó aquellas situaciones para nutrir sus relatos de
experiencias originales. Se adueñó de ellas, las usó
para crear un estilo único mientras esperaba que un día le llegara
la cuenta.
Ella lo intervino el 2 de Julio de 1961. Hemingway se encontraba
luchando contra sí mismo para no parecer un enfermo y que el doctor
lo dejara volver a casa. Su mujer, consciente del conflicto, trataba
de delatar el estado de su marido. Su fama lo precedió y Hemingway
pudo volver a su residencia de invierno en Ketchum, Idaho. Invirtió
sus últimas fuerzas en mostrarse saludable, devolver la confianza a
su mujer y así poder acercarse al cuarto de armas. Cogió su
escopeta de doble cañón, la cargó cuidadosamente y se apuntó la
sien. Antes de enfrentarse a la muerte, había que rendir cuentas con
la figura paterna, aquel que le había enseñado a ser un cazador y
un valiente. En sus manos tenía la misma arma con la que su padre se
había suicidado. Cuando murió, Hemingway estalló en ira por
considerar patético ese tipo de muerte. Lo maldijo y lo llamó
cobarde. Ahora él se encontraba en la misma situación. Para vencer
a la muerte, debía apretar el gatillo y aceptar que era un cobarde.
Y sin embargo, con todo y eso iba a hacerle frente y a salir
victorioso. Sí, él era un cobarde, al igual que su padre, al igual
que la humanidad y al igual que cada persona que había pisado este
mundo. Y estaba bien. No había ningún problema en serlo. Entonces
fue que apretó el gatillo y el Viejo eligió su tipo de muerte.