martes, 30 de octubre de 2012

Las aventuras de Paquita

A Du


Paquita coge su vaca
y arrea el gran bayo,
al buey enano lo rasca
y hasta le quita los callos.

Paquita se pone de pie,
deja a la bebe en el coche.
Paquita sirve café
en su mesita de noche.

Paquita vuelve a la granja
y posa su mano indecisa
en los patos, pollos, gallinas
y al fin se rasca la panza.

Paquita se queda dormida
con la muñeca Susana.
Paquita sueña, rendida,
entre fresas y manzanas.

Tu, yo y el inexplicable


De manera que era eso
una fuerte tormenta
un viaje en el tiempo
un botón descubierto
un globo que vuela.

Aún así, tú eres más,
un dulce de harina
una amable vecina
una isla en el mar
una princesa saturnina.

Frente a eso, yo soy
un animal encerrado
un frío nevado
una nota sin son
un bebé resfriado.

De manera que eso era
el amor que te tengo,
un rey duradero
un verde cometa
un lago sereno.

jueves, 18 de octubre de 2012

Brevísima introducción a una vida mejor para todos


No volví a verla después de eso. Una vez apareció en la puerta del salón, entró de súbito y ascendió por las escaleras con la cabeza gacha. No parecía la misma. La llamé usando el sobrenombre con el que solía dirigirme a ella, tardó dos segundos en levantar la mirada; luego vino hacia mí y me dio un beso triste sin mirarme en ningún momento. Me quedé quieto mientras ella volvía a las escaleras y se sentaba en su mismo lugar de siempre, pegada a la pared y sola en una carpeta para dos.

Nunca la sentí contenta. Hasta cuando se probó por primera vez esos lentes que fuimos a buscar hasta los confines del mundo y por los que tanto había esperado, siempre encontré una presencia sobre sus hombros que le impedía ser feliz. La admiraba por eso, porque aún en ese estado era capaz de desplegar simpatía y garbo para con todos y en cada uno de sus actos. Fue así como la conocí. Mi mutismo y mis palabras cortantes no la ahuyentaron, ella se acercó a mí como la enfermera al herido, y me atendió cual esposa que ve a su esposo llegar cansado del trabajo. Corregía mis excesos al hablar y fingía que aquello era muy importante para ella. Si repetía la falta me castigaba negándome el habla hasta que no saliera de mi boca un propósito de enmienda.

Pero su pena era inmensa, se me escapaba de las manos. A veces la derrotaba y ella se iba de la clase a limpiar sus lágrimas en algún pozo del alma.

Al día siguiente regresaba radiante, con una ropa impecable que le ceñía perfectamente el cuerpo. Fue lo que mis amigos que llegaron a conocerla siempre le criticaron: su esbeltez. A mí también me sorprendía que una chica así llamara mi atención. Y sin embargo, en ella la delicadeza era elegancia, una caricia de la naturaleza. Se asemejaba a un plumero. Pero no a esos trapos mugrosos con los que se limpian los muebles a los que no se les toma mucha importancia. Hablo de plumeros reales, con los se supone que reinas y princesas limpian sus objetos más preciados. Aquellos plumeros hechos de las plumas más finas, arrancadas de las aves con delicadeza y nunca en un asesinato. Eso era ella, un plumero suave y hermoso, con el encargo de remover el polvo y la basura que nunca deja de producir este mundo.

jueves, 4 de octubre de 2012

Breve intermedio de un romance que continúa

Esta semana no creí que la vería. Y aún cuando la encontré detrás mío, sola y sentada en una carpeta para dos personas, estuve convencido de que nada saldría bien. Me puse a leer un libro y agrandé el ancho de mi espalda para que no me reconociera. La historia era buena y tenía muchas de esas frases que me gusta subrayar y transcribir en mi cuaderno de notas. Aún así, no podía meterme de lleno en la lectura; su presencia me ametrallaba la nuca. La imaginaba de pronto levantando la mirada y examinándome pero sin reconocerme debido a mi chullo. En ese momento me habló.

Mientras me decía sobrado y esas cosas y me miraba con ojos de verdadera sorpresa, yo luchaba por graduar la voz que estaba a punto de salir de mi boca: tampoco la había visto pero ella estaba genial, sobre todo por esos nuevos lentes que le quedaban muy bien. Saqué el celular para ver la hora y ella me lo quitó con suavidad. Se puso a hacer no sé qué cosa que yo no podía fijarme pero era relajante verla con algo mío entre sus manos. Comenzó a tomarme fotos y yo tenía que batallar ahora contra el rubor que amenazaba con invadir el rostro serio que había configurado. Ella tomaba las fotos y me las iba mostrando señalándome en cuales salía bien y en cuales no.

Llegaron dos amigos, uno mío y otro de ella, que se sentaron junto a nosotros y nos entretuvieron por separado. Ella siguió tomando fotos y luego de unos minutos me devolvió el aparato con unos lindos collages que había hecho. Quise saltar sobre ella y alzarla en peso y agradecerle por todo pero no podía abandonar la pose de chico huraño que tan bien venía funcionando. Además estaban nuestros amigos. Aunque eso no importó mucho porque al rato ambos se marcharon y llegó la profesora y nos quedamos escuchándola. La clase estuvo interesante y duró poco más de una hora. Luego ella me dio un beso en la mejilla y se marchó, y yo no pude seguirla porque los chicos de gesto adusto no hacen ese tipo de cosas.

lunes, 1 de octubre de 2012

Breve epílogo de un romance fugaz


Hoy la he vuelto a ver después de algunos días y todo ha estado bien. Hemos conversado y bromeado sobre lo frágil y delicado de su figura pero sin caer en ningún momento en discusiones. Lo más cercano fue cuando insinué que podría llevar su peso con todo ropa y accesorios como mochila. Afortunadamente, en ese instante apareció un señor que nos entregó un papel con algo de una conferencia que nos concernía a ambos y aquello nos distrajo. Luego ya no hubo más brusquedad en parte porque estuve muy pendiente de mi vocabulario.

Luego buscamos a una amiga suya por toda la universidad pero esta no ha aparecido. La llamó varias veces y la respuesta varió dentro del silencio, la contestadora y las inquietantes timbradas. Es justo decirlo, ya que de haber aparecido su amiga no habría sabido donde meter mi presencia para no parecer un inoportuno. Incluso fuimos a su facultad y seguimos sin obtener pista de su paradero. Yo ya estaba insoportable de puro contento y fue necesario que atribuyera mi alegría a un trabajo cuya entrega se había pospuesto repentinamente. Sonó falso y atroz y, sin embargo, ha bastado para disipar sus sospechas. De todos modos se suponía que no me importaba ya que me estaba tomando la molestia de acompañarla.

No habiendo aparecido la susodicha ella no tenía con quien ir en el carro y, siendo su viaje un poco peligroso, me ofrecí como voluntario sin mediar lo diferente de nuestros destinos. Noté que asentía con cierto desdén pero en ese momento estaba demasiado contento como para tomarle importancia. Pasamos unos minutos en el paradero y yo me encontraba en medio de una frase cuando llegó su carro y ella se subió presurosa y yo me quedé parado aún con mi frase y sin saber si debía de ir tras ella o intuir que nuestra manera de ver las cosas era bastante desigual.