martes, 31 de diciembre de 2013

Durante el año

Te digo la verdad, no sé cuánto tiempo vaya a durarme esta cordura. Ahora estoy sereno, pero hace unos momentos me vinieron unos arrebatos en los que no quiero pensar. Quien quiera que haya puesto en mí este mecanismo para reconocerte hizo un buen trabajo. Te reconozco, y aun ahora, te veo.

Te digo otra cosa: me gustan los pies porque siempre necesitan abrigo; son como niños a quienes descuidamos después de comprarles la ropa y los juguetes. Pero ellos necesitan de nosotros, necesitan abrigo. Me gustan los pies porque son fuertes y ágiles y nos llevan a todos lados. Porque hasta en una importante reunión uno puede jugar con sus pies sin perder la mesura. Quiero que sepas que yo no puedo dormir con medias. Mi madre me quitaba las medias antes de dormir cuando era niño y es por eso que nunca duermo con ellas. Cuando siento frío en el cuerpo, me abrigo los pies con una manta y el frío desaparece.

Del mismo modo, yo quisiera conocer tus manías, tus juegos, tus pecados, tus vicios secretos. Yo quisiera verte sin luz y empezar a dibujarte a partir de tu voz, tu olor y tu cuerpo.

Yo quisiera conocerte toda. Y si eres desconfiada niégame el trato y aún así te conoceré cuando recorra tu cuerpo. Yo te provocaré hasta que la impaciencia te derrote y te amaré tiernamente porque para eso te esperé tanto tiempo. ¡Vaya que ha sido un largo tiempo!



sábado, 21 de diciembre de 2013

La Navidad de Paquita

Paquita estas navidades
Hará bizcochos de fresa
Para causarles felicidades
A sus amigos de mesa.

El gran bayo ya entrena
Su hocico demoledor
Con los pastos y avenas
¡Del granero acaparador!

El buey enano espera
Soleándose en la campiña
Tosiendo la carraspera:
¡Cuánto se tarda la niña!

Y las gallinas molestas
Enfrentan al gallo altivo
Reclaman sus pertenencias
Y sus vestidos cautivos.

Los habitantes presienten
La estrella llegando pronto
¡Llegando por el oeste!
Hay humo saliendo del horno.

Paquita esta Nochebuena
Los tiene a todos reunidos
Ella comparte su cena

Con sus animales queridos.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Réquiem por un bastardo en Navidad

No una, ni dos ni tres sino infinitas veces, y en la última oportunidad: “tal vez estas navidades”. Pero las navidades llegaron con ese olor que se apoderaba de toda la calle terminando con nueve meses de colegio o universidad o lo que fuera. Pero ni siquiera así, ¿comprendes? No la navidad sino las navidades, amables y extensas para sanar cualquier herida sufrida durante el año, aun aquellas que descorazonan: que le arrebatan a uno el corazón. Y sin embargo, fueron en vano esas navidades, y desde entonces dejaron de ser eso: navidades, para convertirse en una sola fecha, una conmemoración, un aniversario que destruía los días a su alrededor: la Navidad.

Desde su punto de vista la decisión era comprensible. En frente tenía a un maldito, ¿ahora comprendes? Y entonces supe que las mujeres son capaces de perdonar a un maldito, pero de ninguna manera a un maldito bastardo. Y para ella yo era un maldito bastardo.

Y lo más probable es que aquel “tal vez estas navidades” fuera un deseo de redención, no ya para volver al mismo ciclo de antes (una, dos, tres, infinitas veces) como para colocarnos frente a frente y darnos las gracias y que nadie se arrepentía de nada. Pero no ocurrió aquella navidad ni las siguientes y desde entonces se terminaron las navidades. Porque nos había fallado. Intenta comprender: una vida creyendo, creyendo de verdad, soportando nueve meses de clases de colegio o universidad solamente por ese olor que despide el mes de diciembre, que significa que no había sido creer por creer ni esperanza tirada a la basura; una vida creyendo para de pronto dejar de creer y la conciencia repitiéndote: “Está bien. Porque te comportaste como un maldito bastardo, está bien”.

Y precisamente por esa razón no tener ahora el valor para contar ni ya nunca tenerlo. Porque un hombre jamás toma una decisión: es la vida quien decide por él, desde la ropa que viste hasta el lugar donde vivirá con su familia por los años que le sean dados. A cambio, uno solo tiene que comportarse correctamente, no ya de la mejor manera y teniendo compasión por todos, sino de manera al menos correcta, es decir: no siendo un maldito bastardo. No por Dios, ya que Dios perdona y sufre al lado de sus bastardos; solamente por ella, debido a que una mujer alcanza a perdonar a los malditos pero no hay forma de que perdone a un maldito bastardo.


Vargas Llosa escribió una vez un libro sobre cómo una mujer no es capaz de perdonar a un bastardo aun cuando fuese su propio padre, y por supuesto, tampoco a sí misma. Quizás se trate de eso, ¿comprendes? De un perdón que nunca se obtiene y así poder avanzar, porque si existiese eso llamado perdón uno siempre podría volver a lo de antes. Así que Vargas Llosa tenía razón; pero siempre ese sobrante de fe, esa fe que no muere y que anhela convertirse en esperanza, de encontrar una mirada y un saludo diciendo que todo está bien e incluso las cosas duras y malas valieron la pena después de todo, y en el fondo uno siempre queriendo que las cosas vuelvan a ser como antes.

La eterna esperanza encontrando la manera de sobrevivir, aunque no tenga ya recursos ni nadie quiera hacerse cargo de ella. Porque está bien eso de renunciar al perdón para avanzar, pero también es necesario mantener la esperanza. De entre todos los motores del mundo, el más noble es la esperanza. Solo por eso, volveremos a esperar. Tal vez ocurra estas navidades.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Fuerzas golpistas en Navidad

Con suma puntualidad nos hemos reunido primos y primas para construir nuestro árbol de Navidad en casa de los abuelos.

Los primos movemos los pesados muebles y trepamos a las sillas más altas siguiendo las órdenes de nuestras primas, alegres poseedoras de un par de sentidos que nosotros echamos en falta. Los niños decoran el árbol arrancándose los lazos, los bastones, las campanas; pero las niñas siempre ganan y son quienes deciden la ubicación de los adornos: es así como los niños empiezan a entender esa verdad de la vida que consiste en dejar a las mujeres decidir, hacer y corregir si se quiere que las cosas salgan bien.

Con estudiada paciencia enrollamos y desenrollamos cintas de colores sobre el árbol hasta que nuestras primas muestren su contento. Pero el contento de nuestras primas es una cosa muy difícil de lograr; ellas perciben detalles que los hombres ya renunciamos a atalayar en la cercanía y en la distancia. Somos una legión de obreros felices de seguir órdenes, nunca faltos de voluntad.

Fuerzas golpistas tocan la puerta, y es necesario enviar un contingente de primas pequeñas y mayores para impedir cualquier traspaso.

Al fin logramos formar con las cintas brillantes una perfecta espiral alrededor del árbol. Y sin embargo, recibimos más empellones, nuevamente de las primas, esta vez provistas de tiras y tijeras para remachar las imperfecciones de nuestro temeroso árbol. Antes de iniciar su labor, separan a los más pequeños con una mirada, mirada en la que se resume toda la severidad y todo el amor con que fueron formadas para enmendar el atribulado camino de los hombres.

Ellas son hábiles con las manos y finalizan su tarea en unos cuantos minutos. Y el árbol adquiere juventud, gana en lozanía, labor que los primos admiramos mientras se nos ordena barrer los restos pero cuidando de no tocar nada. Nosotros, en efecto, nada tocamos, ya que de tanta práctica nos hemos vuelto peritos en labores de limpieza (secreto que no debe llegar por ningún motivo a los oídos de nuestras laboriosas mujeres).

Ya todo está quedando listo. Es hora de levantar sobre los hombros al más pequeño de la familia, para que se sienta invencible por unos segundos colocando la estrella en lo más alto del árbol. No será su labor por mucho: en nuestra familia el número de niños se incrementa escandalosamente cada año.


Las primas se sacuden el polvo y dan la labor por terminada. A su orden, corren a abrir la puerta las más pequeñas. Las fuerzas golpistas son en realidad nuestros padres, abuelos, tíos, bisabuelos, padrinos, que se dirigen en tropel hacia el árbol que señala el inicio de las navidades. Mientras tanto, los primos grandes y los más chicos somos enviados a devolver las bolsas y cajas a la azotea. Y es en este lugar donde comprendemos que la Navidad llega para todos, pero sería imposible sin nuestras mujeres.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Ayacucho: compañeros de viaje

Son tres los libros que llevo conmigo en este viaje: un tomo de las poesías de Walt Whitman; Del sentimiento trágico de la vida, escrito por Miguel de Unamuno, y un curioso y diminuto libro llamado Los amores tardíos, de Pío Baroja.

Un poemario, un libro de ensayos y una novelita. ¿Qué puedo decir yo sobre estos libros? Puedo decir, para comenzar, que uno es rojo, el otro verde y el tercero blanco, aunque algo descolorido por la vejez implacable. Este último es el único que está forrado. Yo creo que es imposible dejar de sentir un cariño especial por un libro llamado Los amores tardíos.

Es verde Del sentimiento trágico de la vida, la terrible colección de ensayos de Unamuno. Tiene la portada roída y se descascara más cada día. Yo atisbo que no dudará mucho. Padece de una rotura en una de sus esquinas inferiores, la cual amenaza con extenderse por toda la tapa. Y es que este libro es tan doloroso, tan descorazonado, tan falto de bondad, que uno llegar a sentir respeto y admiración en sus páginas, pero de ninguna manera amor.

Por último, es rojo el libro con los poemas de Whitman. Este es un libro poderoso. Lo es por fuera, posee una resistente tapa con letras doradas; lo es por dentro: un libro tan decidido que no necesita de la rima para ahondar en uno; un libro que, de masificarse, cambiaría el mundo.

Yo siento no poder decir más que estas superficialidades acerca de mis compañeros de viaje. Yo no no soy capaz de más por el momento. Y sin embargo, estos compañeros tienen fe en mí. No dejan de decirme cosas, de contarme historias y son, en su proceder, sumamente honestos. Mañana los llevaré a recorrer las famosas iglesias ayacuchanas: una bendición es lo que nos hace falta para continuar este doloroso trabajo.


"Soledad es misteriosa, no solo para los demás, sino para sí misma. A ella no le gusta que se lo digan. No comprende la impresión que produce. Si el ciprés pudiera hablar, diría: «¿Por qué me encuentran a mí triste?». Probablemente la rosa, si pudiera también hablar, se asombraría de que la encontraran exuberante".
Los amores tardíos, Pío Baroja

martes, 19 de noviembre de 2013

Ayacucho: razones para permanecer en casa

Son las nueve de la noche. Está a punto de terminar mi primer día en Ayacucho. Afuera, caen aguaceros que se extinguen después de unos minutos; hay relámpagos viniendo desde las montañas, y dicen las gentes de aquí que es lo normal.

Pero dentro de casa se está bien, es cálido y tibio, y a pesar de que este quinto piso ha permanecido deshabitado durante mucho, no se ha acumulado el polvo sobre los muebles. Por todo esto, hemos decidido no salir esta noche, aun cuando las luces de la ciudad titilen a través de las ventanas.

Huamanga es grande. Es la más grande de todas las ciudades que he visitado, y el cielo se encuentra terriblemente cerca de la ciudad. Este cielo tan pegado a la tierra da la impresión de estrechez, y uno piensa que todo aquí se encuentra a unos pasos. Si a esto le sumamos las muchas personas, las calles angostas, lo abundante de carros y motos, el clima inestable, tenemos una ciudad entretenida y caótica.

Las personas de vida apresurada se sentirán aquí a su gusto, y esa es la principal razón de que nosotros hayamos decidido permanecer esta noche en casa. 

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Has de oír al vino cuando habla

Leo a Platón. La verdad, yo me siento un poco ridículo haciéndolo. ¿Qué hago yo leyendo a Platón? Yo debiera leer otra clase de libros. Pero no, yo leo a Platón. Y él me habla de la virtud, de la verdad y de la justicia universales, de estas ideas que pertenecen a un mundo anterior al hombre y que, por lo tanto, lo sobrevivirán. Y si acaso nosotros queremos perseverar en nuestra existencia reencarnados en seres nobles y no en alimañas, tenemos que proceder con estas mismas virtudes, verdades y justicias universales.

Yo no sé si entiendo bien todas estas ideas. Es decir, se supone que ya han sido superadas. Esto es algo imposible para mí. ¿Como puede ser superada una cosa tan bella como la inmortalidad del alma? ¿Cómo y cuándo es que la hemos superado? 

Una vez, discutía con dos amigos que practicaban la historia y la antropología. Al hablar de Dios, tuve el desatino de citar las pruebas de Descartes, que tanto me habían fascinado desde niño. Mis amigos me dijeron que en una discusión yo no podía citar a Descartes, porque sus teorías ya habían sido superadas. Admito que me ofendí e intenté un alegato; pero este resultó débil y confuso, hasta para mí. Entonces supuse que ellos tenían razón y que, en efecto, Descartes había sido propasado; lo cual, más que indignarme, me apenó un poco.

Y ahora leo a Platón, quien, con paciencia infinita, me explica que no hay razón para temer a la muerte: solo los tontos y los cobardes huyen de lo desconocido. Yo me pregunto si esto también ha sido superado. ¿Qué cosa, por Dios, no ha sido rebasada en nuestros días? Yo exijo saberlo, o en última instancia, exijo que me digan por qué yo no puedo acceder a ello.

Pregunto por la única mujer que quise de veras y la respuesta es tajante: “Lo ha superado”. Y ante esto yo ya no sé si indignarme o gritar. ¿Qué más puedo hacer? Tal vez todo sea cosa mía; tal vez yo no pueda superar nada.

No debes olvidarlo. No se puede olvidar nunca nada. Especialmente cuando nada se ha perdido. Cualquier experiencia tiene demasiado valor para ser olvidada... No es imposible. Lo harás. Un caballero debe hacerlo. Para un caballero no hay nada imposible. Lo afronta todo. Acepta la responsabilidad de sus actos y carga con las consecuencias, aun cuando no haya asumido la iniciativa y se haya limitado a jugar un papel pasivo, en un lugar de decir «No» en el momento oportuno”. 
William Faulkner

sábado, 9 de noviembre de 2013

Un beso en un sueño

Cierro los ojos y recuerdo,
y no importan las gotas 
ascendentes de agua,
no la legaña,
no el amor que da directo en la cara;
vuélvame ciego
o devuélvame la mirada.

(o si esta mañana abrí los ojos
como estaba planeado
para ir al trabajo)

Porque si cierro los ojos
puedes venir, amor, desde lejos
o trasladarte 
de un salto.
Puedes llenarme los recuerdos
una vez más
para siempre,
o mientras tanto.

Si cierro los ojos, amor,
soy capaz
de atravesar ríos a nado
o de trepar por los cielos.
Y si me esfuerzo más
llegar con los ángeles 
a las estrellas
descubrir que son hombres
un poco tímidos
quienes todo lo observan.

Permite que vuelva a decirlo.

Puedes venir, amor, desde lejos
acompañarnos un rato,
decir:
Vamos a querernos
esta vez sí que vamos querernos tanto”.

Doble vía para el viajero:
un ojo bueno y el otro malo.
Para mirar hacia atrás
llevo mariposas en los párpados,
mariposas viajeras
del pasado.

Cuando ellas regresan
tengo que volver a llorar,
entreabrir una rendija 
en los párpados,
y llorar otro poco,
y por ejemplo recordar:
"íbamos caminando por la calle
cuando de pronto 
nos cogimos de las manos,
como siempre antes de besarnos".

martes, 5 de noviembre de 2013

Instalación en uno del objeto perdido

Existe una dama de muy mal genio, bastante caprichosa, llamada Circunstancias. Suele confundírsele con la Mala Suerte, que es otra dama con el mismo talante, y que a diferencia de la primera, duerme hasta tarde y solo trabaja medio día. De Circunstancias vale decir que es precavida: nunca concede nada sin anotarlo en una libreta de infinitas páginas que guarda celosamente en su cartera.

Sucede que Circunstancias se me presentó hace no mucho, al volver del trabajo, y ya no recuerdo si fue en forma de libro, de rumor o desvarío, pero puso estas palabras en mi boca: vaga melancolía.

Circunstancias hizo bien su trabajo, y yo quedé muy interesado con sus palabras.

Pero, ¿qué es esto de la vaga melancolía? Suena como a una estela de tristeza, pero no una tristeza vulgar y corriente, sino una tristeza dulce y serena, una tristeza que se lleva bien, libre de sobresaltos, una tristeza ligera, sensible apenas; una estela de tristeza imperecedera. ¿Aceptaría usted ser mi vaga melancolía?

Fue muy emocionante pasar una temporada tratando de hallar a mi vaga melancolía. Yo tengo que agradecérselo a la señorita Circunstancias. ¿Preguntan si al fin encontré mi vaga melancolía? Yo tengo que contar, yo no soy hombre dado a la mentira cuando escribo, y debo decir que sí.

Esta pequeña melancolía tuvo gran efecto sobre mí. ¿Sería usted mi vaga melancolía? Músculos que se fortalecen como los del niño que empieza a darse a la buena alimentación. Yo creo que nunca estuve tan bien como cuando caminaba con mi vaga melancolía al lado.

Pero ya va siendo tarde para nosotros y el Diablo tenía razón cuando decía que nada nos asegura que volveremos a estar presentes mañana. Y yo tengo que decir también esto: perdí a mi vaga melancolía. Y la pena dulce y serena vino a ser reemplazada por una pena grande, voraz, viciosa, con mucha pericia en hacerse sentir dentro de las personas. Sinceramente, cuánto me gustaría que usted fuera mi vaga melancolía.

Circunstancias es una dama muy calculadora que no suele dejar cabos sueltos. Y ahora nosotros tenemos que ser fuertes y recordar que circunstancias no es lo mismo que mala suerte. Y salir a caminar, y distraernos, y viajar, conocer gente, y esas cosas que hacen desaparecer la pena y la melancolía. 

Es hora de decirle adiós a la vaga melancolía. Desde luego, eso no quita todo lo bueno ni todo el agradecimiento que sentimos hacia usted por su acompañarnos, por haber sido la mejor de nuestras melancolías. ¿Y si usted fuera mi vaga melancolía? Tiene usted cualidades que yo aprecio mucho, yo creo que es la más indicada para serlo.  

viernes, 25 de octubre de 2013

Las estaciones

En verano es una buena temporada para visitar a los abuelos y subir a leer al balcón del tercer piso de la casa. Durante la mañana, el sol no da directamente a la cara y solo después del mediodía comienza a calentarse la baranda y es momento de retroceder la silla hasta que no se puede más y el sol comienza a calentar los pies y las rodillas y la sombra ya no alcanza.

A ratos pasa alguien conocido y es necesario saludar o hacer una seña pero sin levantarse para que no piensen que uno tiene ganas de salir. Algunos se quedan parados y ya no hay más remedio que intercambiar unas palabras lo que tampoco es malo si no toma mucho tiempo. Otros salen a hacer sus cosas a la calle y uno se siente incómodo de estar sobre ellos y evita observarlos para no que no se importunen; aunque eso de no fijarse en un punto lo termina incomodando horriblemente a uno y puede hasta sacarlo de su lectura.

En verano la gente anda en shorts y sandalias y uno se siente bien estando entre personas sanas. No tanto como en la playa o durante los carnavales que es cuando uno se siente saludable en verdad, pero se nota la diferencia.

En verano todo reverdece y los jardines muertos durante todo el invierno se tornan coloridos y frondosos. Frente a mi casa hay una planta que parece una sábila pero que no puede ser porque llega
hasta el tercer piso; se balancea ligeramente con el viento y a pesar
de tener un tronco fuerte como un árbol es sorprendente que no pierda el equilibrio  

En verano el día prende o se apaga dependiendo del recorrido de las nubes sobre el sol. Hay muchas nubes blancas y a veces, cuando está un poco despejado, se pueden forman todo tipo figuras con ellas pero siempre durante las tardes y siempre que el sol no brille con excesiva fuerza.

Pero a veces la lectura se torna pesada y es cuando vale más cerrar el libro y prestar atención a las cosas que hay en frente.

Es como poner un hombrecito allí donde no hay nada y ese es el amigo Junior jugando a la pelota. Y en ese portón donde tampoco hay nada nada estás tú diciéndole a Junior que patee. Y sobre esas escaleras tan vacías como la suerte están Ángel y Óscar, y luego llegan Jesús y Martín, y más tarde Jeremie y Gerardo, y hasta Kevin sale de su casa, y todos ellos se ponen a conversar de asuntos que los tienen muy preocupados, pero lo olvidan todo cuando la pelota choca con el portón y es el turno del siguiente.

Pero todos estos hombrecitos no existen más.

En ese tiempo Óscar iba a su casa y volvía con muchos batitubos que repartía a cambio de veinte céntimos que eran para su tía que los había preparado. A nosotros nos gustaba sobre todo la carambola, y Óscar tenía que volver varias veces por más batitubos de carambola hasta que se molestaba y se negaba a ir. Entonces traíamos las piedras para hacer los arcos y era el momento donde todos se ponían serios.

No valían los goles que no fueran con la pelota rodada; fuera de eso, todo era válido, incluso que la pelota rebotara sobre las paredes de las casas. Y al otro lado de la calle, bastante lejos, las chicas que a veces venían a ver cómo jugábamos pero que nunca se acercaban demasiado.

Y uno queriendo decir tanto y por qué no dedicar una buena jugada y a veces hasta lo intentamos pero fue en vano porque ellas no sabían de eso. Y todas enamoradas de Gerardo, que era el más cobarde de todos pero tenía unos ojos azules y grandes. Así que lo pateábamos como al peor siempre diciéndole que no fuera llorón y que se pusiera de pie.

Y luego de un tiempo lo que tenía que suceder, pero que no quiero contar, lo que nunca tendré el valor de contar.

lunes, 21 de octubre de 2013

Un mensaje para Eneas

Hoy, en esta noche húmeda tanto llover, estoy pensando en usted. Los chopos que diariamente me encuentro al salir de casa me han hablado de usted por la mañana. Pero al rato estos chopos han enmudecido porque es mejor hablar de usted en días cálidos. Y yo recuerdo que era bueno esconder el frío debajo las veinte capas de su abrigo. A veces nos figuramos importantes y emprendemos obras de gran revuelo: se piensan cosas como esta para no caer en la cuenta de que es usted lo que nos hace falta.

Ya durante la tarde, después de los terribles alimentos, un silencio nos viene a hablar de usted. Y nosotros dormíamos de lo más tranquilos en el parque. Es un silencio profundo y orondo, más terco que una mula, que se empeña en hacer doler la imagen suya. ¿Cómo la recuerdo yo? Yo no sé bien qué responder a estar pregunta. Hay carne por todo su cuerpo, es uted carnal, señora. Que la carne no se agota en su universo, que es todo creación, que la vida parte de usted, nace de usted, señora.

En un salón de clases donde todos se unifican y a veces hasta se confabulan me han dicho de usted cosas infames. ¡Con cuánto valor la defendí de una y otra arremetida! Y cuando estaba más rendido le sonsaqué fuerzas al diablo para poder hablar bien de usted y que no se malentienda. Porque déjeme decirle que la pienso en los salones y también fuera de ellos. Hay en el aire unas partículas diminutas que me recuerdan a usted, y usted viene y pregunta que cómo quiere que la recuerde si de usted cabe esperar cualquier cosa, si usted en unos meses ya me habrá olvidado.

Y así es como me doy cuenta que es muy tierna cuando se me enfrenta, es muy dulce cuando le molesta algo y me ordena, y es conmovedora cuando se equivoca y no sabe más que decir. Hay en el aire un polvillo que me impide pensar de momento en otra. Cuando se acabe dejaré de pensar en usted ya para siempre.

De seguro habrás oído la triste historia de Dido y Eneas. Nosotros desconfiamos de su final: nosotros pensamos que Dido prometió esperar a su marido hasta que su aroma abandonase su cuerpo. Y ella envejeció a tal punto que la muerte le cerró las puertas, pero siguió esperando la vuelta de Eneas. Dido no se retiró; si este polvo podría darle mil vueltas a la tierra antes de desvanecerse.

domingo, 6 de octubre de 2013

Confesiones de un hermano pensativo

Hoy quiero contar algo. Tengo, sobre esta mesa, tres pequeñas hojas escritas; sobre cada de ellas, hay una gran equis. Las hojas escritas significan intentos de plasmar una emoción, mientras que las equis simbolizan mis constantes fracasos. ¿Por qué continúo escribiendo? ¿Por qué escribo? ¿Por qué, en primer lugar, comencé a escribir? Allá en mi primera infancia debe haber un motivo poderoso, un suceso que me dolió, que me conmovió, que me entristeció, o un suceso que a lo mejor me hizo feliz. Yo quisiera hablar de tal evento, ¡cuánto me gustaría sacarlo de mí!; pero yo, penosamente, no soy capaz de ello. El día llegará, y mientras tanto yo trato de sacarle el jugo al castigo y así escribir de las cosas terribles que me pasan.

Tengo un cuadernito azul donde escribo mis emociones, donde estoy escribiendo ahora mismo. Yo hago tres clases de escritos.

No sé con seguridad cómo llamar al primero de ellos. Algunos me parecen cartas, otros páginas de un diario, otros artículos, y la mayoría me parecen desahogos. Concluyo entonces, llamarlos a todos desahogos. Son textos que, después de haber sido escritos, se corrigen una vez y luego son pasados a máquina. Si considero —yo pido perdón por mis consideraciones— que no son realmente malos, los comparto con todos, y así comienza su vida. Se parecen a esos soldados que se enlistan al ejército para servir diligentemente hasta el día en que tengan que sacrificarse en algún heroico combate.

¡Pero yo también compongo cuentos! Son unos cuentos muy malos, la verdad. Cuando los releo me miran como culpándome por haberlos escrito tan malos. Y sin embargo, ellos me quieren, y yo los quiero. ¡Cómo no habría de quererlos, siendo como soy, hombre dado al amor desinteresado! Estos mis engreídos suelen ocupar cinco o seis de las caras de mi cuaderno, y son muy fáciles de reconocer: están llenos de notas y correcciones, de tachaduras y aclaraciones; a mí mismo me cuesta una enormidad descifrarlos. Pero estos cuentos no se quedan en el mismo sitio toda su vida, sino que van moviéndose, ocupando otras páginas, corrigiéndose, reescribiéndose, hasta el día en que con suerte aparezca uno lo suficientemente bueno como para salir al mundo y abrir el camino para sus hermanos.

Yo soy regular escribiendo desahogos —no se necesita verdadero talento para hacerlos—, malo escribiendo cuentos, pero soy un desastre escribiendo poesía. Mi poesía es una cosa muy mala. Si continúo con ella, es debido al cariño que le tengo. Yo, niño de ocho a diez años, escribía poesía en las últimas páginas de mis cuadernos. Usaba siempre las mismas palabras: lucero, ilusión, esperanza, amor. ¿Qué será de ellos?, ¿dónde estarán mis primeros poemas? Muchos no habrán sobrevivido; pero quiero creer que alguna de mis amiguitas, hoy ya señorita, con un enamorado fiel, responsable, lleno de ingenio y un poco ambicioso, haya conservado, en uno de sus cajones, un trozo de papel, escrito a lápiz, con mala ortografía y una letra corrida como la de tantos niños acostumbrados a escribir los dictados de los profesores...

En fin, yo he olvidado lo que quería contar. ¡Algún día lo contaré! Yo tengo miedo de extenderme demasiado. Soy dueño, además, de otras responsabilidades. Debo, por ejemplo, leer muchísimo para no dejar huérfanas de técnicas que sirvan como envolturas a mis ideas. Debo también de realizar profundas meditaciones sobre el género humano. Debo, por último, no olvidarme de vivir. Esta es, sin duda, la más ardua de las empresas. Porque suele tratarse, no de vivir, sino de seguir viviendo...

jueves, 3 de octubre de 2013

Curso de fotografía

«No se preocupen, yo tomaré la foto. No es lo que parece; pero hoy no tengo ganas de salir en ninguna foto. Estoy cansado de ellas. No es cierto; no me canso; pero es que no los entiendo, ¿por qué se comportan así? ¿Por qué ya no pueden extrañar a nadie? Yo sé que es difícil, que se extraña con paciencia, con dedicación, con empeño, que se extraña con amor. Y yo no quiero salir en la foto porque prefiero extrañarlos a todos ustedes. De acuerdo, no a todos, pero sí a algunos de ustedes. No se puede querer tanto; no se puede tener cien amigos porque no le quedaría nada a uno. Tampoco es cierto que se pueda tener cien compañeros o cien conocidos. Eso sería una falta de respeto para nuestros verdaderos amigos. ¿Por qué entonces la foto? Además, ¿eso no haría sentirse mal a nuestros reales amigos? Si una sola amistad requiere de tiempo, de diligencia, de sacrificio, requiere de cariño. Cuando construimos una nueva relación, las otras se debilitan. Es el orden natural de las cosas. Y a las que se debilitan, y a las que se alejan un poco más cada día, se les recuerda con melancolía. Hasta que de alguna manera vuelven y reemplazan a su vez a otros amigos, y uno nunca está solo. ¿Por qué quieren más? ¿Por qué una foto? Una foto obliga al recuerdo, altera su curso, lo incomoda, lo hace sentirse apenado de no extrañar lo que antes quería con toda su fuerza. Qué malo este mundo que no nos permite extrañar, que nunca nos dejó acostumbrarnos. Se pierde a alguien y se le reemplaza; se pierde a alguien y se le olvida. Nadie merece ser olvidado. Y no por ellos, ellos quizás nunca lo sepan; sino por el mundo, por este mundo tan golpeado, por este mundo que les permitió conocerse. No se le puede quitar eso al mundo, el mundo no merece eso, el mundo se duele en el alma cuando dos personas hacen como si nunca se hubiesen querido. ¿Una foto? No insistan, ¿para qué? Yo tomaré la foto. Pero deja ahí tu cámara. Esta foto será para mí y será de las personas que quiero; la tomaré con mis ojos y la guardaré donde sé que nunca la perderé ni mucho menos podré olvidarla. ¿Ves que no es necesario turnarnos para que salgamos todos?».

domingo, 29 de septiembre de 2013

Un recuerdo peruano que no te haga llorar

Cuando amanezca
en tu península peruana
mira al sur cuando amanezca.

Al mediodía y al volver a casa
si me ves mi amor no llega
mira al sur de la frontera.

En los crepúsculos distantes
donde dan las seis de la mañana
mira al sur que no despierta.

Y de noche amor no duermas
el habitante de la casa vacía
se moverá si no lo miras.

martes, 24 de septiembre de 2013

En la Biblioteca Nacional

La joven que acaba de llegar a la biblioteca nacional y que conversa con el encargado de orientar a los visitantes, ¿quién es?, ¿acaso la conozco?. Ella está a unos cuantos metros de mi mesa, pero yo no puedo ver su rostro. Revela sus datos: dice su nombre, dice su apellido, dice su dirección y muchas otras cosas que yo moriría por saber. Parece que se lleva bien con el hombre que hace unos minutos me llamó la atención por dormir sobre los libros.

Cumple con todos los requisitos; pero, ¿cómo no habría de cumplirlos? Da media vuelta y yo la distingo vagamente: una de esas jóvenes cuyo rostro se olvida después de unos minutos; unos rasgos imposibles de retener; una nariz, unos ojos, una boca, que solo se pueden apreciar individualmente. ¿Qué hace ahora la joven? Atraviesa arquitectura, música y fotografía. Y yo noto que es altiva, muy altiva. Y que no tiene reparos en vestir una blusa ligeramente transparente que de todos modos sería imposible de memorizar para un hombre.

¿Qué sentimientos despierta en mí esta joven? Yo no lo sé con seguridad. Pero sí creo que despierta una ligera conmoción en la Biblioteca Nacional. A pesar de que no sea dueña, de ninguna manera, de un rostro amigo (ahora se encuentra en literatura repasando el contenido de los tomos); este es un rostro venerable pero no amigo, que me origina una brutal desconfianza (permanece en literatura, tiene en sus manos un libro que si más no recuerdo es de Cervantes, ¿o de Quevedo?).

Hay personas a quienes basta ver una sola vez para saberlas amigas. Esta joven tristemente no lo es. Y ahora desaparece de mi rango de visión. Habrá ido a sentarse más lejos, o continuará buceando entre estos malhumorados tomos, que odian ser molestados. Andrew se fue hace un par de horas diciendo que no podía leer rodeado de libros que no dejaban de mirarlo.

FIN


La joven lee tranquilamente con una mano en el libro y la otra en la frente, y yo me doy cuenta que realmente confío en ella.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Nacimiento del Fauno

Querida enemiga de la prudencia y las buenas costumbres:

Me pides que deje la noche y la bebida, el comer a deshoras, y a tanta mujer que no me pertenece; me pides que abandone mi vida a cambio de escribir un libro; me pides disimuladamente que haga acopio de fuerzas y me dediqué a crear esa obra que asegurará mi futuro y me pondrá en el horizonte del mundo del arte y la literatura. Ante ello, y con todo el amor que tengo, te respondo como sigue:

En primer lugar, ¿de qué habría de escribir yo? Yo no tengo una actitud frente a la vida, yo me dejo llevar como una botella en el mar y siempre despierto donde menos me lo espero. Yo me uno al grupo, salto a la cola, o me enlisto en alguna empresa, pero jamás inicio nada porque el entusiasmo que llevo no me da para tanto. Tú sabes como nadie que soy un trashumante, que no cultivo las amistades ni me quedo mucho tiempo en ningún lugar. Conmigo solo llevo mis viejos zapatos, mi peine en el bolsillo, y unos cuantos versos que sé de memoria. Y si hay algo anterior a eso, de lo que podría decirse dentro mío, de lo que conozco y domino, es la tristeza. Una tristeza visceral es la que llevo, una tristeza como de Dios. Porque siempre sospeché que Dios era algo así como una presencia muy triste. Y eso dice mucho de mí. Yo busco la tristeza en todas partes y si no la encuentro la fabrico, ya que soy incapaz de vivir en la felicidad y en la opulencia. Y si yo escribiera sobre esta tristeza, estaría cayendo en la negación: no se trata de rumiar nuestras penas en forma de libro, sino de encontrarles una solución y un sentido que pueda serle útil a las personas.

Gracias por preocuparte por mi salud (ya casi nadie lo hace), pero bien sabes que es lo menos importante de las cosas más importantes. Nos han hecho creer que tener una salud de hierro equivale a comprar la felicidad cuando la felicidad hay que arrancarla de nuestro ser. Recuerda que los verdaderos bohemios mueren temprano. Te cuento que esto de entregarse a la bohemia es una labor muy mal pagada en esta país. Ya que eres de mente abierta te diré que hace poco conocí a una lorette y quedé muy decepcionado. Es imposible convivir con lorettes tan venidas a menos, a este paso solo nos quedarán las muchachas puras y castas, casi deseosas de terminar con el corazón roto y los vestidos rasgados.

Yo no soy escritor más que de cosas sabidas, y por si fuera poco hoy escribo y mañana no, pasado mañana escribo y luego me olvido hasta la siguiente semana. ¿Qué forma tendría mi libro? Sería lo más parecido a una bitácora de esas que solo hablan de sus amores y de sus inmoralidades, y yo aún creo en el coraje, en el orgullo y en el valor, y creo además que solo se puede querer lo que es valioso por estas cualidades. Además, uno es fiel reflejo de lo que escribe y yo practico la No-Virtud en cada uno de mis actos.

Hay algo que quiero preguntarte: ¿consideras que llevas una vida agitada?

Lo digo porque la otra noche me puse a pensar en que, sinceramente, mi vida es lo menos interesante que hay. No me suceden cosas extraordinarias, ni viajo mucho, ni tengo tantos amores, amigos o empleos. Y sin embargo, yo siento mi vida en verdad agitada, como una epopeya griega o un cataclismo bíblico. Nunca he tenido un periodo de calma, de serenidad, de pausa, y ya no recuerdo la última semana que no estuve deprimido ni me emborraché hasta las náuseas.

¿Es esta la vida de un escritor disciplinado, metódico, cerebral? No. Pero esta es la vida que elegí y puedo asegurarte que nadie me obligó a nada. No te digo que no me arrepiento de nada, porque me arrepiento de todo, pero siempre he creído que uno no debe hacer lo que no tiene el deseo de hacer, y es así como me dirijo. Y ahora no tengo ganas de escribir sino cuando una fulminante descarga en forma de idea me asalta en la cabeza. Tendrías que asistir a ello, es algo hermoso. Es mejor que la cerveza, pero no tan bueno como hacerte el amor. Suerte, querida, y saludos a la familia.

Atentamente, el verdadero amor de tu vida
el Fauno

sábado, 31 de agosto de 2013

Grandes comunicadores

Escuché atentamente
qué era la comunicación
sus laberintos, sus atajos
y el ruido que la estropea,
estudié a fondo
hallé un sinfín de constructos
comprendí que el emisor era mi hermano
el receptor también mi hermano
pero el canal no lo era.

¡Ay, epistemología! ¡Cómo me doliste!
Cómo me dolió saber
que antes de ser personas
éramos epistemología
antes de ser nada
éramos epistemología
que los abrazos de mi vida
fueron signos lingüísticos
disfrazados.

Pero de la vida
de la verdadera vida
de su silencio
y de sus miradas en silencio
no había nada escrito,
ni del roce de unas manos
ni de los presentimientos.
Yo, que he hablado en silencio
casi toda mi vida,
comprendí
que jamás dije nada.
(según ellos)


Escuché atentamente
me sonrojé con sus discursos
quise cantar
y me callaron
quise advertir
y me callaron.
Comunicador que comunicas
últimamente
qué poco has comunicado.
Porque no ríes
ni lloras
con la verdad en las manos.
Has de estar muy solo,

incomunicado.

domingo, 25 de agosto de 2013

Del recorrido de una frase y de sus muchos cambios en el camino

Y pensé en Batman. Para no creer. Pensar en Batman en un momento así. Dios, quizás fuera lo más importante de mi maldita vida. Saltar o no, caminar del brazo de alguien o caminar del brazo de lo que matamos. Y pensé en Batman. Curioso, qué trastornado debí estar para pensar de ese modo. Estaba cerca, más cerca que nunca, y me miraba como nunca antes me había mirado nadie, como depositando toda su fe en mí, como diciendo aquí estoy, sálvame y yo no lo soporté, creo que por eso pensé en Batman, para huir, para esconderme en el ridículo. Porque fue ridículo, ella tratando de creer en mí con todas sus fuerzas y yo pensando en el maldito murciélago.

Me dijo ¿Por qué? Quería saber por qué debía creer en mí y qué era aquello que solo yo podía darle. Estaba dispuesta a creer no porque yo fuera el mejor sino porque a esas alturas ya no le importaba si el cuento era de terror, de pesadilla o de misterio, solo quería que le contaran un cuento para dejar de sufrir y abrazar una historia que le permitiera vivir siendo parte de ella. Claro que sabía que yo no tenía nada, que yo era medio hombre, que media vida se me iba en una pasión que me dejaba descorazonado y exhausto y así era todos los días. Conozco la felicidad, sé donde reside, pero no la quiero. Entonces yo no era su salvador y ella lo sabía, sabía que no yo no podía curar sus heridas. Pero eso no importaba, solo tenía que decirle algo, un cuento, un cuento largo, corto o profundo o de esos que se te llevan toda la vida, un cuento que respondiera a la pregunta de por qué, de por qué debía creer en mí y de qué era aquello que solo yo podía darle. Y pensé en Batman.

Cómo maldije al murciélago y a la vida los días siguientes. Si hasta me reía de súbito en las calles. ¡Batman! ¡Por Dios! Qué tenia que ver Batman en un momento así. Ese día fue el último, no volvía a verla. No contestó mis mensajes, no respondió mis llamadas, no me miró más por la ventana ni en la calles. Eso fue lo peor, que no me mirase. Cómo si no me conociera, como si se hubiera extinguido aquella fuerza que nos atraía cuando salíamos de casa con el plan de dos vagabundos. Vaya que desde ese día empeoramos mucho.


Entonces estuve seguro. No sabía lo que diría pero de todos modos iba a decirlo. Fue más que yo ese deseo de estar solo. Conozco la felicidad, sé donde reside, pero no la quiero. Quise mirarla también, mirarla como ella a mí, pero no pude. Batman. Ya está, lo diría Yo puedo soportar la oscuridad. Y la risa más estremecedora se elevó por encima de nosotros, por debajo y a nuestro alrededor. Y ella se fue resignada de mí, dolida de mí, sabiendo que no le servía de nada, que todas mis ganas de ayudar eran solo ganas. Aquel palacio construido mil veces y cuidadosamente reconstruido otras mil se derrumbó por última vez. Se derrumbó por una maldita frase mía. Y luego me volví muy callado. Y comencé a reír con mucha fuerza cada vez que tenía la posibilidad para de a pocos eliminar toda esa furia que tenía contenida. Sí, fue el comienzo de todo. Desde ese día tengo miedo de abrir la boca.

domingo, 18 de agosto de 2013

Cartas a Maria Elena

Amor, es hora de volver a casa. Sal de ese hotel en el que estás. Yo sé que parece limpio y lustroso; pero por dentro está sucio, como él. Sal de ese hotel con nombre de signo zodiacal. Es por demás corriente. En el futuro, debes cuidarte de no volver a pisarlo. Y si decides quedarte porque sueles hacerlo o por agradarte tu compañía, piensa que es tarde y que no es de señoritas pasar la noche fuera de casa.

A lo mejor me equivoco y no estás sino en un costoso restaurante, donde eres atendida y mimada a gusto. En ese caso te ruego que vuelvas. Deja ese lujo, que solo es cuestión de una noche, que en unas horas pasará y que no te dejará mejor sabor que cualquier otra comida. ¿No conoces la historia de Lazarillo de Tormes? Yo te la contaré, feliz, si te levantas de la mesa y pides que por favor te lleven a casa. Y no permitas que se detengan en el semáforo a robarte besos. Yo estaré esperando debajo de los ficus de tu casa, sagazmente oculto. Aquí estarás bien y tranquila, porque avisaremos a todos donde estamos; de ese modo volverán a confiar en nosotros.

Debes volver a casa, a tu balcón, a tu palacio, donde todos tus príncipes podamos cuidarte. Así es, yo solo soy el primero de un gran orden de paladines. Descuida, la puerta no está cerrada con llave, y no está trancado. Y afuera no hay aves graznando ni perros ladrando. Y hay luna, sí, una gran luna, de las que te gustaban, ¿todavía te gustan?, ¿y gustas de recostarte en el parque?, ¿y de renegar de los tuyos?, ¿y de dormir hasta tarde?

Es hora de volver a casa. Apresúrate. Hay rumores de que te has perdido, de que no volverás, de que partiste muy lejos y de que estás visitando a unos parientes al otro lado de la calle. ¿He de creerles? Vuelve aún más pronto, antes de que te hartes, porque toda persona cansa, y una buena compañía, rodeada de malas, se vuelve también una mala compañía. Vuelve y guárdate de ser la misma, y si no lo fueras, yo te querré igual, pero me tomará más tiempo acostumbrarme, y quizás discutamos frente a los vecinos, y ya sabes que es mejor tratar de evitarlo.

martes, 13 de agosto de 2013

Al otro lado del mar

Hoy hay cielo quebradizo
presintiendo tempestades
hoy hay nieve, sol, granizo,
y la luna corre a refugiarse
y yo con ella, hacia los mares.

Y yo he venido cantando
durante el largo recorrido,
sereno de viajes al espacio
cansado de cartas en circuito
agobiado, tonto, pensativo.

Y recordé todo en un instante
un rostro demasiado ido
un reír y unos pasitos,
la sonrisa como un cauce
amigable y huidizo.

Recordé también el aroma
que me asaltaba por las calles
así, sin más, en un instante,
y yo girando la frente boba
a lo mejor tratando de besarte.

¡Ay, si hablara de tu andar a pasitos!
de las manitas ajadas
del asentir sin decirlo.
Eso hoy recordé mientras andaba,
la luna iluminando el recorrido.

Que por qué me rompió el alma
me habla del cielo quebradizo,
y yo: "Son robadas, no se han ido,
vayamos para encontrarlas
a las playas y a los riscos".

Al llegar a la explanada
nos echamos a llorar.
Sin vergüenza, como hermanos
viendo morir a mamá
antes que nosotros muramos.

Y creo que lo atisbé con claridad
el destino de las almas gemelas
no es buscar para encontrarse
es buscar por siempre el mar.

Lo entendemos y gritamos:
"¿Dónde estará mi gemela alma?"
y la ronca voz de siempre hollando:
"¿Dónde? Al otro lado del mar".

miércoles, 7 de agosto de 2013

La ruta de Azorín

“Todas las cosas son fatales, lógicas, necesarias; todas las cosas tienen su razón poderosa y profunda”. Azorín


Yo he cogido casualmente este libro: “La ruta de Don Quijote”. Y entendí, después de leer la cita que antecede estas líneas, que nada es indeterminado, que todo proviene de un orden solo visible desde el tiempo y la distancia y en un momento de fugaz iluminación.

Y he buceado en mis memorias para asistir a este importante, decisivo momento: me encuentro solo, resignado, después de abandonar la Sala de Lectura. La tarde ha sido provechosa, y como sucede en estos casos, estoy reconciliado con el mundo. Y me han invadido deseos de realizar alguna hazaña. Pero he salido de la facultad y el estupor se ha apoderado de mí al contemplar cómo el crepúsculo se llevaba la tarde en una explosión milenaria. Sentí la desazón, la fatiga, el cansancio, e inmediatamente tuve la determinación de volver a casa.

En este punto caí en una disyuntiva: un sendero corto, feliz, que avanza siguiendo la fachada de la facultad, recto hasta el paradero que ha de llevarme a mi casa, y un sendero obtuso, pesado, que invita a la fatiga pero también a la aventura, a lo que podría ser en un momento cumbre en mi vida. Yo he suspirado hondamente, comprendiendo lo fatal de mi destino, y he tomado el segundo camino.

Como lo concebí, este camino rebosa de almas que se dirigen a la facultad, cuyos vigorosos cuerpos impactan una y otra vez contra mí, empujándome fuera del camino. Yo he cerrado los ojos fruto de la desesperación y al abrirlos me he encontrado en una cancha de fulbito, a merced de veintitantos atletas que cargaban hacia mi persona, y he salido disparado, esta vez, hacia las puertas de la Feria del Libro Viejo de la universidad. Pero estos comerciantes, estos filibusteros, son lo más innoble que hay, hombres que no dudarían en apropiarse de tus pertenencias hasta dejarte desnudo. Entonces, yo he tenido un momento de súbita valentía y he dicho suficiente, basta, hasta aquí nomas, y he decidido atravesar esta feria a como dé lugar y de la manera más violenta y despiadada.

Y mi andar se convirtió en el recorrido de una saeta. Cuando estaba más seguro de lograr mi empresa y ya me veía libre de los vendedores, algo he distinguido, algo he columbrado, algo que de caer en mis manos cambiaría mi vida, algo que me facilitaría el cumplir mi misión en el mundo. Un libro entre todos ha llamado mi atención, “La ruta de Don Quijote” se llama, ese prohibido volumen que innumerables escritores aconsejan leer antes de hacer lo propio con el de Cervantes.

¿Quién es el autor de semejante tomo? ¿Qué pluma fue capaz de crear un libro de viajes acerca de la ruta de Alonso Quijano y lo hiciera además con garbo y maestría? ¡Ah, pues, si se trata de Azorín! Tenía que ser Azorín, una vez más colocando sus obras al alcance de mi mano para que yo las revise y emite mi juicio certero.

Pero aquí mis memorias me han traicionado y yo pido disculpas y espero no ser juzgado con demasiada severidad. Fui presa de la emoción que me embargaba. Este pequeño libro, este sencillo ejemplar, roído, deslustrado, fue el primer libro de Azorín que cayó en mis manos. Y ya se ve de qué manera el destino, ese predicador que de azaroso no tiene nada, es en verdad un tipo estricto y muy lógico al que nada se le escapa, que calcula hasta el más pequeño detalle a fin de cumplir sus cometidos. Fue así que me obligó a hacer mil cosas y a dar mil vueltas con el único fin de llevarme hasta aquí.

Yo he salido de la Feria del Libro Viejo feliz y campante, con las narices pegadas a este librito que ha de acompañarme de ahora en adelante y que tendré en mucha estima de no prestar a cualquiera y menos si se trata de manos dudosas.


Volviendo al presente, veo nuevamente este libro sobre mi pupitre, después de haberse colado casi sin querer en mi mochila, y me dispongo a terminar de leerlo, ya que he olvidado mis cuartillas en casa y no puedo escribir, al menos por este día, mi primera gran historia, de honda influencia azoriniana.

lunes, 29 de julio de 2013

Cartas a Girasola

Girasola, hoy estoy lejos de casa, lejos de ti..., y sin embargo, Girasola, tú no sabes nada de esto; no tendrías cómo suponer que en este pueblo llueve a cualquier hora, que yo nunca había visto cerros más verdes y que tampoco creo que los haya, que aquí uno sale de paseo y encuentra árboles de naranjas, carambolas o mandarinas y puede cogerlas de un salto, o golpear las ramas suavemente con un palo, y que esas naranjas, carambolas y mandarinas que caen dando saltos son las más deliciosas que he probado.

Girasola, yo en esta tarde te he recordado solo a ti enteramente, solo a ti plenamente; pero sobre todo he recordado las incontables cartas que te escribí y que colocaba con mucho sigilo sobre tu carpeta, en el cuaderno que abrirías o en uno de los compartimientos de tu mochila azul. Tú nunca me contestabas esas cartas, Girasola; a lo más lo hiciste en dos ocasiones, y en una de ellas me regalaste un llavero con un peluche azul que el demonio me lleve que lo perdí. Pero no hay manera de que lo sepas, Girasola, y en este pueblo que tiene un río de dos colores también he recordado que yo buscaba cualquier pretexto para ir a tu casa y que tú nunca, Girasola, me cerraste la puerta.

Y tengo que repetir que tú tienes la menor idea, Girasola. Ignoras que me gusta montar bicicleta y recorrer estos pueblos separados por interminables haciendas, donde las mujeres son risueñas y los hombres recelosos. Tú no tendrías por qué saberlo. Y de seguro ahora estarás en casa, con tu madre y tu padre y la perra encerrada en un cuarto gimiendo de emoción al sentir tus pasos. Estarás descansado en tu cama, mirando al techo, pensando en lo que te gusta pensar o tratando de cambiar el lente para ver tus penas como si fueran alegrías. O quizás estarás acompañada de alguien, él tocará la guitarra y tú cantarás con esa voz que me alegraba el alma, y luego lo invitarás a comer y él sentirá vergüenza de ser tratado tan bien pero al final aceptará porque nadie puede decirte que no, Girasola.

Pero volvamos a esta tarde de claro cielo y nubes altas. Girasola, yo me he acordado de ti por las cartas que te escribía. Porque aquí, en este pueblito, yo escribiré mis más sentidas cartas. Y yo tengo miedo, lo confieso, de que no sean para ti; pero, Girasola, es de hombres viajar y conocer y aprender cosas y también escribir cartas a la mujer amada.


Yo imagino que será una noche limpia y estrellada en la que ella llegará a casa abatida y cansada, y al poco rato empezará a sentirse bien por el olor de sus cosas, y luego ya se sentirá en familia y se relajará y tal vez se cambiará de ropa, y al enterarse de que recibió una carta se sentirá un poco menos abatida y cansada, y yo, en ese momento, me encontraré menos solo.

lunes, 15 de julio de 2013

Epistemología de la comunicación

¡El trabajo! —pienso por un momento y una ligera angustia se posa en mi pecho.
He tomado una decisión. Bajo firmemente las escaleras, entro a mi cuarto y comienzo a buscar las separatas en el rincón de los papeles tirados. Las separatas no están. Pero miro alrededor y ya encuentro mis Cuentos Completos de Hemingway en pasta dura y marrón, ya los ensayos de Borges en débil versión azul, ya uno de mis libros del entrañable Azorín, y yo me meto a la cama con todo ellos y me pierdo por unas horas.

¡Pero el trabajo! —me increpan las separatas cuando cometo el error de detener mi lectura para tomar agua.

Mañana es el día, y yo no he redactado una página del trabajo. Entonces me armo de valor,  abandono la cama y cojo las separatas que todo el tiempo estuvieron frente a mí. Subo las pesadas escaleras y retorno a la sala de estudio. Me entero por quinta vez que no hay una sola definición de la comunicación, que los investigadores son expertos proponiendo nuevas definiciones y que en un futuro habrán muchas más. Yo me entristezco un poco, pero ya veo una biografía de García Lorca que descansa sobre mi escritorio. A su lado encuentro los poemas de Oscar Wilde y las Obras Completas de Valdelomar. Yo abandono por un momento a la comunicación y me pongo a reflexionar sobre estos tres interesantísimos personajes.

¡El trabajo! — parece decirme la habitación cuando llega la noche y tengo que incorporarme para encender la luz.

Vuelvo a la silla absolutamente convencido de terminar el trabajo. Pero a medida que reviso las separatas un profundo desaliento se va llevando mis energías. Qué parquedad, qué dejadez, qué innoble es esta lectura que tengo al frente. Yo me pregunto cómo alguien puede escribir cosas como: “repensar las posibles articulaciones de la investigación comunicativa latinoamericana”, “la comunicación no es una ciencia, ni una disciplina”, “la otredad constituyente”. Entonces es que yo, para no apenarme más, tiro las separatas por el tragaluz. Y ya cojo los sabrosos poemas de Shakespeare que no han dejado de mirarme desde que entré a la habitación.


¡El trabajo! —Me gritan las separatas desde el fondo del tragaluz, y yo al fin me prometo no hacer este trabajo ni ningún otro.