No una, ni dos ni tres sino infinitas veces, y en la
última oportunidad: “tal vez estas navidades”. Pero las navidades llegaron con
ese olor que se apoderaba de toda la calle terminando con nueve meses de
colegio o universidad o lo que fuera. Pero ni siquiera así, ¿comprendes? No la
navidad sino las navidades, amables y extensas para sanar cualquier herida sufrida durante el año,
aun aquellas que descorazonan: que le arrebatan a uno el corazón. Y sin
embargo, fueron en vano esas navidades, y desde entonces dejaron de ser eso:
navidades, para convertirse en una sola fecha, una conmemoración, un
aniversario que destruía los días a su alrededor: la
Navidad.
Desde su punto de vista la decisión era comprensible. En frente tenía a un maldito, ¿ahora
comprendes? Y entonces supe que las mujeres son capaces de perdonar a
un maldito, pero de ninguna manera a un maldito bastardo. Y para ella yo era un maldito bastardo.
Y lo más probable es que aquel “tal vez estas
navidades” fuera un deseo de redención, no ya para volver al mismo ciclo de
antes (una, dos, tres, infinitas veces) como para colocarnos frente a frente y
darnos las gracias y que nadie se arrepentía de nada. Pero no ocurrió aquella
navidad ni las siguientes y desde entonces se terminaron las navidades. Porque
nos había fallado. Intenta comprender: una vida creyendo, creyendo de verdad,
soportando nueve meses de clases de colegio o universidad solamente por ese
olor que despide el mes de diciembre, que significa que no había sido creer por
creer ni esperanza tirada a la basura; una vida creyendo para de pronto dejar
de creer y la conciencia repitiéndote: “Está bien. Porque te comportaste como
un maldito bastardo, está bien”.
Y precisamente por esa razón no tener ahora el valor para contar ni ya nunca tenerlo. Porque un hombre jamás toma una decisión: es la
vida quien decide por él, desde la ropa que viste hasta el lugar donde vivirá
con su familia por los años que le sean dados. A cambio, uno solo tiene que
comportarse correctamente, no ya de la mejor manera y teniendo compasión por
todos, sino de manera al menos correcta, es decir: no siendo un maldito
bastardo. No por Dios, ya que Dios perdona y sufre al lado de sus bastardos; solamente
por ella, debido a que una mujer alcanza a perdonar a los malditos pero no hay
forma de que perdone a un maldito bastardo.
Vargas Llosa escribió una vez un libro sobre cómo una
mujer no es capaz de perdonar a un bastardo aun cuando fuese su propio padre, y
por supuesto, tampoco a sí misma. Quizás se trate de eso, ¿comprendes? De un
perdón que nunca se obtiene y así poder avanzar, porque si existiese eso
llamado perdón uno siempre podría volver a lo de antes. Así que Vargas Llosa
tenía razón; pero siempre ese sobrante de fe, esa fe que no muere y que anhela
convertirse en esperanza, de encontrar una mirada y un saludo diciendo que todo
está bien e incluso las cosas duras y malas valieron la pena después de todo, y en el fondo uno siempre queriendo que las cosas vuelvan a ser como antes.
La eterna esperanza encontrando la manera de
sobrevivir, aunque no tenga ya recursos ni nadie quiera hacerse cargo de ella.
Porque está bien eso de renunciar al perdón para avanzar, pero también es necesario
mantener la esperanza. De entre todos los motores del mundo, el más noble es la
esperanza. Solo por eso, volveremos a esperar. Tal vez ocurra estas navidades.