viernes, 6 de diciembre de 2013

Fuerzas golpistas en Navidad

Con suma puntualidad nos hemos reunido primos y primas para construir nuestro árbol de Navidad en casa de los abuelos.

Los primos movemos los pesados muebles y trepamos a las sillas más altas siguiendo las órdenes de nuestras primas, alegres poseedoras de un par de sentidos que nosotros echamos en falta. Los niños decoran el árbol arrancándose los lazos, los bastones, las campanas; pero las niñas siempre ganan y son quienes deciden la ubicación de los adornos: es así como los niños empiezan a entender esa verdad de la vida que consiste en dejar a las mujeres decidir, hacer y corregir si se quiere que las cosas salgan bien.

Con estudiada paciencia enrollamos y desenrollamos cintas de colores sobre el árbol hasta que nuestras primas muestren su contento. Pero el contento de nuestras primas es una cosa muy difícil de lograr; ellas perciben detalles que los hombres ya renunciamos a atalayar en la cercanía y en la distancia. Somos una legión de obreros felices de seguir órdenes, nunca faltos de voluntad.

Fuerzas golpistas tocan la puerta, y es necesario enviar un contingente de primas pequeñas y mayores para impedir cualquier traspaso.

Al fin logramos formar con las cintas brillantes una perfecta espiral alrededor del árbol. Y sin embargo, recibimos más empellones, nuevamente de las primas, esta vez provistas de tiras y tijeras para remachar las imperfecciones de nuestro temeroso árbol. Antes de iniciar su labor, separan a los más pequeños con una mirada, mirada en la que se resume toda la severidad y todo el amor con que fueron formadas para enmendar el atribulado camino de los hombres.

Ellas son hábiles con las manos y finalizan su tarea en unos cuantos minutos. Y el árbol adquiere juventud, gana en lozanía, labor que los primos admiramos mientras se nos ordena barrer los restos pero cuidando de no tocar nada. Nosotros, en efecto, nada tocamos, ya que de tanta práctica nos hemos vuelto peritos en labores de limpieza (secreto que no debe llegar por ningún motivo a los oídos de nuestras laboriosas mujeres).

Ya todo está quedando listo. Es hora de levantar sobre los hombros al más pequeño de la familia, para que se sienta invencible por unos segundos colocando la estrella en lo más alto del árbol. No será su labor por mucho: en nuestra familia el número de niños se incrementa escandalosamente cada año.


Las primas se sacuden el polvo y dan la labor por terminada. A su orden, corren a abrir la puerta las más pequeñas. Las fuerzas golpistas son en realidad nuestros padres, abuelos, tíos, bisabuelos, padrinos, que se dirigen en tropel hacia el árbol que señala el inicio de las navidades. Mientras tanto, los primos grandes y los más chicos somos enviados a devolver las bolsas y cajas a la azotea. Y es en este lugar donde comprendemos que la Navidad llega para todos, pero sería imposible sin nuestras mujeres.

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