lunes, 29 de julio de 2013

Cartas a Girasola

Girasola, hoy estoy lejos de casa, lejos de ti..., y sin embargo, Girasola, tú no sabes nada de esto; no tendrías cómo suponer que en este pueblo llueve a cualquier hora, que yo nunca había visto cerros más verdes y que tampoco creo que los haya, que aquí uno sale de paseo y encuentra árboles de naranjas, carambolas o mandarinas y puede cogerlas de un salto, o golpear las ramas suavemente con un palo, y que esas naranjas, carambolas y mandarinas que caen dando saltos son las más deliciosas que he probado.

Girasola, yo en esta tarde te he recordado solo a ti enteramente, solo a ti plenamente; pero sobre todo he recordado las incontables cartas que te escribí y que colocaba con mucho sigilo sobre tu carpeta, en el cuaderno que abrirías o en uno de los compartimientos de tu mochila azul. Tú nunca me contestabas esas cartas, Girasola; a lo más lo hiciste en dos ocasiones, y en una de ellas me regalaste un llavero con un peluche azul que el demonio me lleve que lo perdí. Pero no hay manera de que lo sepas, Girasola, y en este pueblo que tiene un río de dos colores también he recordado que yo buscaba cualquier pretexto para ir a tu casa y que tú nunca, Girasola, me cerraste la puerta.

Y tengo que repetir que tú tienes la menor idea, Girasola. Ignoras que me gusta montar bicicleta y recorrer estos pueblos separados por interminables haciendas, donde las mujeres son risueñas y los hombres recelosos. Tú no tendrías por qué saberlo. Y de seguro ahora estarás en casa, con tu madre y tu padre y la perra encerrada en un cuarto gimiendo de emoción al sentir tus pasos. Estarás descansado en tu cama, mirando al techo, pensando en lo que te gusta pensar o tratando de cambiar el lente para ver tus penas como si fueran alegrías. O quizás estarás acompañada de alguien, él tocará la guitarra y tú cantarás con esa voz que me alegraba el alma, y luego lo invitarás a comer y él sentirá vergüenza de ser tratado tan bien pero al final aceptará porque nadie puede decirte que no, Girasola.

Pero volvamos a esta tarde de claro cielo y nubes altas. Girasola, yo me he acordado de ti por las cartas que te escribía. Porque aquí, en este pueblito, yo escribiré mis más sentidas cartas. Y yo tengo miedo, lo confieso, de que no sean para ti; pero, Girasola, es de hombres viajar y conocer y aprender cosas y también escribir cartas a la mujer amada.


Yo imagino que será una noche limpia y estrellada en la que ella llegará a casa abatida y cansada, y al poco rato empezará a sentirse bien por el olor de sus cosas, y luego ya se sentirá en familia y se relajará y tal vez se cambiará de ropa, y al enterarse de que recibió una carta se sentirá un poco menos abatida y cansada, y yo, en ese momento, me encontraré menos solo.

lunes, 15 de julio de 2013

Epistemología de la comunicación

¡El trabajo! —pienso por un momento y una ligera angustia se posa en mi pecho.
He tomado una decisión. Bajo firmemente las escaleras, entro a mi cuarto y comienzo a buscar las separatas en el rincón de los papeles tirados. Las separatas no están. Pero miro alrededor y ya encuentro mis Cuentos Completos de Hemingway en pasta dura y marrón, ya los ensayos de Borges en débil versión azul, ya uno de mis libros del entrañable Azorín, y yo me meto a la cama con todo ellos y me pierdo por unas horas.

¡Pero el trabajo! —me increpan las separatas cuando cometo el error de detener mi lectura para tomar agua.

Mañana es el día, y yo no he redactado una página del trabajo. Entonces me armo de valor,  abandono la cama y cojo las separatas que todo el tiempo estuvieron frente a mí. Subo las pesadas escaleras y retorno a la sala de estudio. Me entero por quinta vez que no hay una sola definición de la comunicación, que los investigadores son expertos proponiendo nuevas definiciones y que en un futuro habrán muchas más. Yo me entristezco un poco, pero ya veo una biografía de García Lorca que descansa sobre mi escritorio. A su lado encuentro los poemas de Oscar Wilde y las Obras Completas de Valdelomar. Yo abandono por un momento a la comunicación y me pongo a reflexionar sobre estos tres interesantísimos personajes.

¡El trabajo! — parece decirme la habitación cuando llega la noche y tengo que incorporarme para encender la luz.

Vuelvo a la silla absolutamente convencido de terminar el trabajo. Pero a medida que reviso las separatas un profundo desaliento se va llevando mis energías. Qué parquedad, qué dejadez, qué innoble es esta lectura que tengo al frente. Yo me pregunto cómo alguien puede escribir cosas como: “repensar las posibles articulaciones de la investigación comunicativa latinoamericana”, “la comunicación no es una ciencia, ni una disciplina”, “la otredad constituyente”. Entonces es que yo, para no apenarme más, tiro las separatas por el tragaluz. Y ya cojo los sabrosos poemas de Shakespeare que no han dejado de mirarme desde que entré a la habitación.


¡El trabajo! —Me gritan las separatas desde el fondo del tragaluz, y yo al fin me prometo no hacer este trabajo ni ningún otro.

domingo, 14 de julio de 2013

No se acaba nunca

Yo me siento desfasado. Yo no puedo con mi propio cuerpo y estoy a punto de morir. Pero viviré porque aún no ha llegado el momento de prometerme hacer un buen libro, y viviré porque el mundo es un lugar inmenso y si quiero escribir sobre mi época tendré que irme de aquí. Y yo llegaré, aunque sea a rastras, a París.

Yo me siento agobiado. Yo siento mi pecho como una bomba y es angustia y es dolor y es impaciencia lo que alimenta la bomba. Tengo los nervios destrozados. Aún así intentaré dormir y comer y si las cosas salen bien mañana beberé para despejar la mente. Yo antes pensaba que era una maldición lo de ser alcohólico. Ahora estoy convencido de que jamás dejaré el licor y cada día fumaré más cigarrillos y leeré más libros y escribiré más hasta que mi vida se haya vuelto solo eso.

Luego espero morir tranquilamente de un ataque al corazón, como Faulkner. Porque mis emociones viven en continua excitación y es terrible. Puedo sentir el dolor de las cosas, el dolor de los hombres, el dolor del universo que ha existido desde siempre y que nos acabará matando; puedo también hablar con los árboles pero sobre todo con las flores quienes entienden y alivian mi dolor. El dolor está; dolor no es lo que falta; falta convicción y confianza. Yo tengo la solución para esto pero es algo tan horrendo que por ahora prefiero no pensar en ello.

He terminado de leer París era una fiesta y luego he visto la primera mitad de Medianoche en París y mis sentimientos se han encendido como brasas. Y quema, y arde, y soy incapaz de pensar, y ya solo quiero que este tiovivo se detenga. Pero comprendo que el tiovivo ya no se va a detener y de ahora en adelante tengo que aprender a sentarme sobre él. Como Kafka cuando se sentó sobre el gigante y nació el Cabezus. Ahora duele porque las emociones se han liberado y yo no estoy acostumbrado a su fuerza. Mañana al dolor lo reemplazará la angustia, y a la angustia la espera, y a la espera el aburrimiento, y al aburrimiento la resignación y finalmente todo habrá terminado. Y me habré alimentado de todas estas experiencias y conoceré más a las personas y al fin podré escribir lo que necesito escribir.



Como decía, yo llegaré aunque sea a rastras a París. Yo tengo la impresión de que he vivido allí antes, y si me esfuerzo puedo recordar algunos rostros de gente muy buena que estuvo a mi lado. También sé que París ya no es el de mis recuerdos. Lo sé a kilómetros de distancia: hasta aquí me llega su dolor. Pero si no piso París no estaré tranquilo así como no se está tranquilo mientras uno mantenga la esperanza de conquistar a la mujer por imposible que le digan que sea. Para todo esto falta mucho y aún no tengo el valor para saltar. Eso no me preocupa, llegará el momento en que una brisa bastará para empujarme al mar.


Este mundo me pertenece como me pertenecen todas las mujeres y todo lo que ha nacido y crecido aquí. Y ya la bomba de mi pecho está a punto de estallar. Cuando estalle, que será pronto, moriré, seguramente para renacer unas semanas más tarde. Tendré que morir durante un tiempo para rumiar mis penas y aprender a montar el tiovivo. Pero no te preocupes, siempre renazco. Todo vuelve a la vida como el ruiseñor del bosque que es el mismo ruiseñor de hace mil años y en mil años seguirá siendo el mismo. Así que renaceremos. Espero que esta vez tengamos mejor suerte.

domingo, 7 de julio de 2013

La cara al mundo

De repente me irrito y enfrento a las musas con un argumento demoledor: "Esta vida, este sueño, este ideal inalcanzable no es más que una miseria". Ellas me miran sonrientes y con un gesto piadoso me acarician la frente. Me secan el sudor de tantas generaciones y me regalan un beso sobre mi testa limpia. “Pobre hombre”, dicen. “Apenas ha comenzado a entender y ya cree haber descubierto”. “Pero se ve tan tierno…”.

Yo disimulo que no sé quiénes son, cuántas son, dónde están, qué hacen alrededor mío y con la frente limpia después de siglos salgo al balcón. ¡Qué hermoso paisaje! ¡Qué bello panorama! Las princesas asoman por las torres de sus castillos, y nos miramos embelesados. Las musas no son celosas, permanecen en la sala, tomando el té, creyendo que respiro el fresco de la tarde.

Las princesas me animan y continúo con mis razonamientos. Pero es tan doloroso pensar. Las ideas salen estrellándose contra mi cuerpo y al final de un pensamiento yo termino tan exhausto que tengo que cogerme fuerte de la baranda para no caer. Las princesas me miran desconsoladas. Yo renuevo mis fuerzas con sus miradas y logro incorporarme antes de que las musas me descubran y me despellejen por haber profanado los conocimientos hace siglos olvidados.

“Caramelos ponzoñosos, yo no les temo. Yo estoy al tanto de sus métodos y preparado para cualquier argucia que intenten. Sé que durante un tiempo he sido el hospedero de los nueve monstruos de Apolo”.

Arremeto contra ellas. Las alerto, tiro la vajilla al piso, y las preocupadas princesas miran a través de los visillos de la ventana, y al fin suelto el mensaje: "Esta vida, se vive o se entiende, y yo estoy cansado de escribir sobre mi vida en estas cuatro paredes". Entonces cojo mi abrigo, desciendo las escaleras y salgo de la casa solo para ver a mis princesas más enamoradas que nunca, reclamando mi presencia.

Las musas huyen de la casa y buscan desesperadamente el recinto de algún otro descorazonado poeta.


martes, 2 de julio de 2013

Hoy voy a hablar desde la ira

Voy a contarles de mi amigo Yuste. Yuste es, desde luego, un seudónimo. Yuste es un amigo de la universidad. Cuando solo éramos compañeros yo llevaba un diario y Yuste otro, y solíamos enfrascarnos en terribles batallas por los periódicos que debían leerse en la capital. Hombre inteligente y de buen discurso es Yuste. Es tan terco que sus opiniones parecían llegarle desde sus antepasados, y claro que él no debía traicionarlos. Pero si pactábamos una tregua para derrotar a un enemigo en común nos hacíamos invencibles. Después del periodo de adaptación, que en nuestro caso fue muy largo, ya renunciamos a todo intento por convencernos y se volvió una cortesía aceptar que el otro podía estar en lo correcto. Íbamos al último piso de la facultad, nos sentábamos en el suelo y atacábamos al mundo.

Las últimas semanas he tratado al amigo Yuste de muy mala manera. Yo no sabía la razón, y no podía soportarlo. Pero hoy he dedicado un momento a pensar en nuestra situación y me ha dolido la respuesta. Y me he llenado de ira hacia Yuste.

Hace unas semanas, Yuste estaba a punto de reprobar un curso. Su situación provenía en gran medida de no contar con el material requerido por el profesor. Yuste lo tendría recién las últimas semanas, y lógicamente no había aprendido demasiado. Podía aprobar, desde luego, Yuste es un tipo muy valioso, pero justo y honorable también es, así que decidió reprobar el curso y ya el próximo año llevarlo de la mejor manera. Yo estaba muy orgulloso de ser amigo de un hombre como Yuste.

Luego fue que sin razón Yuste comenzó a visitar al profesor en horas extracurriculares. Yo creí que algo grave ocurría con mi amigo y fui a verlo. Me dijo que no podía perder el curso, que el próximo año tenía planeadas muchas cosas, y que trataría, por todos los medios, de salvarlo. Yo en ese momento no reaccioné, apenas si me conmoví, pero una profunda decepción se había asentado en mi pecho.

El amigo Yuste aprobará el curso; siempre tuvo grandes aptitudes para el estudio.

Pero yo estoy muy enfadado. Cuando Yuste me dijo que prefería reprobarlo antes de pasar así, sin saber nada, noté que estaba convencido de sus palabras, que era un hombre íntegro y jamás se traicionaría a sí mismo. Pero después salió con que debía aprobar como fuera, que tenía planeadas cosas importantes. En fin, el amigo Yuste era como todos: siempre tenía cosas planeadas. Y por esas cosas de seguro importantísimas sería capaz de negar sus palabras, de luchar contra sus principios, de retar a su corazón. Eso algo tan difícil de entender.


Yo deseo profundamente que el amigo Yuste vuelva a ser el de antes. Yo deseo verlo bien y sereno. Siempre hay esperanza para todos y uno aprende a ser bueno. La verdad, Yuste, qué no daría por evitarte los dolores de conciencia que esto te traerá.