Girasola,
hoy estoy lejos de casa, lejos de ti..., y sin embargo, Girasola, tú no
sabes nada de esto; no tendrías cómo suponer que en este pueblo
llueve a cualquier hora, que yo nunca había visto cerros más verdes
y que tampoco creo que los haya, que aquí uno sale de paseo y
encuentra árboles de naranjas, carambolas o mandarinas y puede
cogerlas de un salto, o golpear las ramas suavemente con un palo, y
que esas naranjas, carambolas y mandarinas que caen dando saltos son
las más deliciosas que he probado.
Girasola,
yo en esta tarde te he recordado solo a ti enteramente, solo a ti
plenamente; pero sobre todo he recordado las incontables cartas que
te escribí y que colocaba con mucho sigilo sobre tu carpeta, en el
cuaderno que abrirías o en uno de los compartimientos de tu mochila
azul. Tú nunca me contestabas esas cartas, Girasola; a lo más lo
hiciste en dos ocasiones, y en una de ellas me regalaste un llavero
con un peluche azul que el demonio me lleve que lo perdí. Pero no
hay manera de que lo sepas, Girasola, y en este pueblo que tiene un
río de dos colores también he recordado que yo buscaba cualquier
pretexto para ir a tu casa y que tú nunca, Girasola, me cerraste la
puerta.
Y
tengo que repetir que tú tienes la menor idea, Girasola. Ignoras que
me gusta montar bicicleta y recorrer estos pueblos separados por
interminables haciendas, donde las mujeres son risueñas y los
hombres recelosos. Tú no tendrías por qué saberlo. Y de seguro
ahora estarás en casa, con tu madre y tu padre y la perra encerrada
en un cuarto gimiendo de emoción al sentir tus pasos. Estarás
descansado en tu cama, mirando al techo, pensando en lo que te gusta
pensar o tratando de cambiar el lente para ver tus
penas como si fueran alegrías. O quizás estarás acompañada de alguien, él tocará la
guitarra y tú cantarás con esa voz que me alegraba el alma, y luego lo
invitarás a comer y él sentirá vergüenza de ser tratado tan bien
pero al final aceptará porque nadie puede decirte que no, Girasola.
Pero
volvamos a esta tarde de claro cielo y nubes altas. Girasola, yo me
he acordado de ti por las cartas que te escribía. Porque aquí, en
este pueblito, yo escribiré mis más sentidas cartas. Y yo tengo
miedo, lo confieso, de que no sean para ti; pero, Girasola, es de
hombres viajar y conocer y aprender cosas y también escribir cartas
a la mujer amada.
Yo
imagino que será una noche limpia y estrellada en la que ella
llegará a casa abatida y cansada, y al poco rato empezará a
sentirse bien por el olor de sus cosas, y luego ya se sentirá en familia y se relajará y tal vez se cambiará de ropa, y al enterarse de que recibió
una carta se sentirá un poco menos abatida y cansada, y yo, en ese momento, me
encontraré menos solo.