sábado, 31 de agosto de 2013

Grandes comunicadores

Escuché atentamente
qué era la comunicación
sus laberintos, sus atajos
y el ruido que la estropea,
estudié a fondo
hallé un sinfín de constructos
comprendí que el emisor era mi hermano
el receptor también mi hermano
pero el canal no lo era.

¡Ay, epistemología! ¡Cómo me doliste!
Cómo me dolió saber
que antes de ser personas
éramos epistemología
antes de ser nada
éramos epistemología
que los abrazos de mi vida
fueron signos lingüísticos
disfrazados.

Pero de la vida
de la verdadera vida
de su silencio
y de sus miradas en silencio
no había nada escrito,
ni del roce de unas manos
ni de los presentimientos.
Yo, que he hablado en silencio
casi toda mi vida,
comprendí
que jamás dije nada.
(según ellos)


Escuché atentamente
me sonrojé con sus discursos
quise cantar
y me callaron
quise advertir
y me callaron.
Comunicador que comunicas
últimamente
qué poco has comunicado.
Porque no ríes
ni lloras
con la verdad en las manos.
Has de estar muy solo,

incomunicado.

domingo, 25 de agosto de 2013

Del recorrido de una frase y de sus muchos cambios en el camino

Y pensé en Batman. Para no creer. Pensar en Batman en un momento así. Dios, quizás fuera lo más importante de mi maldita vida. Saltar o no, caminar del brazo de alguien o caminar del brazo de lo que matamos. Y pensé en Batman. Curioso, qué trastornado debí estar para pensar de ese modo. Estaba cerca, más cerca que nunca, y me miraba como nunca antes me había mirado nadie, como depositando toda su fe en mí, como diciendo aquí estoy, sálvame y yo no lo soporté, creo que por eso pensé en Batman, para huir, para esconderme en el ridículo. Porque fue ridículo, ella tratando de creer en mí con todas sus fuerzas y yo pensando en el maldito murciélago.

Me dijo ¿Por qué? Quería saber por qué debía creer en mí y qué era aquello que solo yo podía darle. Estaba dispuesta a creer no porque yo fuera el mejor sino porque a esas alturas ya no le importaba si el cuento era de terror, de pesadilla o de misterio, solo quería que le contaran un cuento para dejar de sufrir y abrazar una historia que le permitiera vivir siendo parte de ella. Claro que sabía que yo no tenía nada, que yo era medio hombre, que media vida se me iba en una pasión que me dejaba descorazonado y exhausto y así era todos los días. Conozco la felicidad, sé donde reside, pero no la quiero. Entonces yo no era su salvador y ella lo sabía, sabía que no yo no podía curar sus heridas. Pero eso no importaba, solo tenía que decirle algo, un cuento, un cuento largo, corto o profundo o de esos que se te llevan toda la vida, un cuento que respondiera a la pregunta de por qué, de por qué debía creer en mí y de qué era aquello que solo yo podía darle. Y pensé en Batman.

Cómo maldije al murciélago y a la vida los días siguientes. Si hasta me reía de súbito en las calles. ¡Batman! ¡Por Dios! Qué tenia que ver Batman en un momento así. Ese día fue el último, no volvía a verla. No contestó mis mensajes, no respondió mis llamadas, no me miró más por la ventana ni en la calles. Eso fue lo peor, que no me mirase. Cómo si no me conociera, como si se hubiera extinguido aquella fuerza que nos atraía cuando salíamos de casa con el plan de dos vagabundos. Vaya que desde ese día empeoramos mucho.


Entonces estuve seguro. No sabía lo que diría pero de todos modos iba a decirlo. Fue más que yo ese deseo de estar solo. Conozco la felicidad, sé donde reside, pero no la quiero. Quise mirarla también, mirarla como ella a mí, pero no pude. Batman. Ya está, lo diría Yo puedo soportar la oscuridad. Y la risa más estremecedora se elevó por encima de nosotros, por debajo y a nuestro alrededor. Y ella se fue resignada de mí, dolida de mí, sabiendo que no le servía de nada, que todas mis ganas de ayudar eran solo ganas. Aquel palacio construido mil veces y cuidadosamente reconstruido otras mil se derrumbó por última vez. Se derrumbó por una maldita frase mía. Y luego me volví muy callado. Y comencé a reír con mucha fuerza cada vez que tenía la posibilidad para de a pocos eliminar toda esa furia que tenía contenida. Sí, fue el comienzo de todo. Desde ese día tengo miedo de abrir la boca.

domingo, 18 de agosto de 2013

Cartas a Maria Elena

Amor, es hora de volver a casa. Sal de ese hotel en el que estás. Yo sé que parece limpio y lustroso; pero por dentro está sucio, como él. Sal de ese hotel con nombre de signo zodiacal. Es por demás corriente. En el futuro, debes cuidarte de no volver a pisarlo. Y si decides quedarte porque sueles hacerlo o por agradarte tu compañía, piensa que es tarde y que no es de señoritas pasar la noche fuera de casa.

A lo mejor me equivoco y no estás sino en un costoso restaurante, donde eres atendida y mimada a gusto. En ese caso te ruego que vuelvas. Deja ese lujo, que solo es cuestión de una noche, que en unas horas pasará y que no te dejará mejor sabor que cualquier otra comida. ¿No conoces la historia de Lazarillo de Tormes? Yo te la contaré, feliz, si te levantas de la mesa y pides que por favor te lleven a casa. Y no permitas que se detengan en el semáforo a robarte besos. Yo estaré esperando debajo de los ficus de tu casa, sagazmente oculto. Aquí estarás bien y tranquila, porque avisaremos a todos donde estamos; de ese modo volverán a confiar en nosotros.

Debes volver a casa, a tu balcón, a tu palacio, donde todos tus príncipes podamos cuidarte. Así es, yo solo soy el primero de un gran orden de paladines. Descuida, la puerta no está cerrada con llave, y no está trancado. Y afuera no hay aves graznando ni perros ladrando. Y hay luna, sí, una gran luna, de las que te gustaban, ¿todavía te gustan?, ¿y gustas de recostarte en el parque?, ¿y de renegar de los tuyos?, ¿y de dormir hasta tarde?

Es hora de volver a casa. Apresúrate. Hay rumores de que te has perdido, de que no volverás, de que partiste muy lejos y de que estás visitando a unos parientes al otro lado de la calle. ¿He de creerles? Vuelve aún más pronto, antes de que te hartes, porque toda persona cansa, y una buena compañía, rodeada de malas, se vuelve también una mala compañía. Vuelve y guárdate de ser la misma, y si no lo fueras, yo te querré igual, pero me tomará más tiempo acostumbrarme, y quizás discutamos frente a los vecinos, y ya sabes que es mejor tratar de evitarlo.

martes, 13 de agosto de 2013

Al otro lado del mar

Hoy hay cielo quebradizo
presintiendo tempestades
hoy hay nieve, sol, granizo,
y la luna corre a refugiarse
y yo con ella, hacia los mares.

Y yo he venido cantando
durante el largo recorrido,
sereno de viajes al espacio
cansado de cartas en circuito
agobiado, tonto, pensativo.

Y recordé todo en un instante
un rostro demasiado ido
un reír y unos pasitos,
la sonrisa como un cauce
amigable y huidizo.

Recordé también el aroma
que me asaltaba por las calles
así, sin más, en un instante,
y yo girando la frente boba
a lo mejor tratando de besarte.

¡Ay, si hablara de tu andar a pasitos!
de las manitas ajadas
del asentir sin decirlo.
Eso hoy recordé mientras andaba,
la luna iluminando el recorrido.

Que por qué me rompió el alma
me habla del cielo quebradizo,
y yo: "Son robadas, no se han ido,
vayamos para encontrarlas
a las playas y a los riscos".

Al llegar a la explanada
nos echamos a llorar.
Sin vergüenza, como hermanos
viendo morir a mamá
antes que nosotros muramos.

Y creo que lo atisbé con claridad
el destino de las almas gemelas
no es buscar para encontrarse
es buscar por siempre el mar.

Lo entendemos y gritamos:
"¿Dónde estará mi gemela alma?"
y la ronca voz de siempre hollando:
"¿Dónde? Al otro lado del mar".

miércoles, 7 de agosto de 2013

La ruta de Azorín

“Todas las cosas son fatales, lógicas, necesarias; todas las cosas tienen su razón poderosa y profunda”. Azorín


Yo he cogido casualmente este libro: “La ruta de Don Quijote”. Y entendí, después de leer la cita que antecede estas líneas, que nada es indeterminado, que todo proviene de un orden solo visible desde el tiempo y la distancia y en un momento de fugaz iluminación.

Y he buceado en mis memorias para asistir a este importante, decisivo momento: me encuentro solo, resignado, después de abandonar la Sala de Lectura. La tarde ha sido provechosa, y como sucede en estos casos, estoy reconciliado con el mundo. Y me han invadido deseos de realizar alguna hazaña. Pero he salido de la facultad y el estupor se ha apoderado de mí al contemplar cómo el crepúsculo se llevaba la tarde en una explosión milenaria. Sentí la desazón, la fatiga, el cansancio, e inmediatamente tuve la determinación de volver a casa.

En este punto caí en una disyuntiva: un sendero corto, feliz, que avanza siguiendo la fachada de la facultad, recto hasta el paradero que ha de llevarme a mi casa, y un sendero obtuso, pesado, que invita a la fatiga pero también a la aventura, a lo que podría ser en un momento cumbre en mi vida. Yo he suspirado hondamente, comprendiendo lo fatal de mi destino, y he tomado el segundo camino.

Como lo concebí, este camino rebosa de almas que se dirigen a la facultad, cuyos vigorosos cuerpos impactan una y otra vez contra mí, empujándome fuera del camino. Yo he cerrado los ojos fruto de la desesperación y al abrirlos me he encontrado en una cancha de fulbito, a merced de veintitantos atletas que cargaban hacia mi persona, y he salido disparado, esta vez, hacia las puertas de la Feria del Libro Viejo de la universidad. Pero estos comerciantes, estos filibusteros, son lo más innoble que hay, hombres que no dudarían en apropiarse de tus pertenencias hasta dejarte desnudo. Entonces, yo he tenido un momento de súbita valentía y he dicho suficiente, basta, hasta aquí nomas, y he decidido atravesar esta feria a como dé lugar y de la manera más violenta y despiadada.

Y mi andar se convirtió en el recorrido de una saeta. Cuando estaba más seguro de lograr mi empresa y ya me veía libre de los vendedores, algo he distinguido, algo he columbrado, algo que de caer en mis manos cambiaría mi vida, algo que me facilitaría el cumplir mi misión en el mundo. Un libro entre todos ha llamado mi atención, “La ruta de Don Quijote” se llama, ese prohibido volumen que innumerables escritores aconsejan leer antes de hacer lo propio con el de Cervantes.

¿Quién es el autor de semejante tomo? ¿Qué pluma fue capaz de crear un libro de viajes acerca de la ruta de Alonso Quijano y lo hiciera además con garbo y maestría? ¡Ah, pues, si se trata de Azorín! Tenía que ser Azorín, una vez más colocando sus obras al alcance de mi mano para que yo las revise y emite mi juicio certero.

Pero aquí mis memorias me han traicionado y yo pido disculpas y espero no ser juzgado con demasiada severidad. Fui presa de la emoción que me embargaba. Este pequeño libro, este sencillo ejemplar, roído, deslustrado, fue el primer libro de Azorín que cayó en mis manos. Y ya se ve de qué manera el destino, ese predicador que de azaroso no tiene nada, es en verdad un tipo estricto y muy lógico al que nada se le escapa, que calcula hasta el más pequeño detalle a fin de cumplir sus cometidos. Fue así que me obligó a hacer mil cosas y a dar mil vueltas con el único fin de llevarme hasta aquí.

Yo he salido de la Feria del Libro Viejo feliz y campante, con las narices pegadas a este librito que ha de acompañarme de ahora en adelante y que tendré en mucha estima de no prestar a cualquiera y menos si se trata de manos dudosas.


Volviendo al presente, veo nuevamente este libro sobre mi pupitre, después de haberse colado casi sin querer en mi mochila, y me dispongo a terminar de leerlo, ya que he olvidado mis cuartillas en casa y no puedo escribir, al menos por este día, mi primera gran historia, de honda influencia azoriniana.