jueves, 24 de abril de 2014

Sacando copias

Hoy una chica se me acercó para preguntarme sobre el tema de la crónica. Yo me puse un poco tartamudo, como es normal, pero alcancé a decirle que era las uvas. Supongo que creyó que bromeaba, o que estaba borracho, porque se empezó a reír cubriéndose la boca con las manos. ¿De qué se reiría esta muchacha?, pensé. "Pero el trabajo sobre las uvas es para la siguiente semana", dijo. Seguía riéndose. Poseía una risa entre infantil y maliciosa. ¿Tendría yo algo en la cara? "¿Estás segura?", le pregunté.

Lo usual es que ahuyente a todos con mi manera de hablar. Casi nadie se acercaría a mí de todas formas, pero es mejor estar seguro. Me gusta decir que es por amor a mi soledad, y al arte. Le mostré a la chica las dos páginas de mi crónica. No sé por qué quería convencerla. Ella me mostró su cuaderno. "Sí, pero hoy se trae solamente el borrador. El profesor quiere que hagamos todo en clase". La chica me estaba confundiendo. Guardé mis hojas y pregunté si ya tenían listas mis copias. Cuando alcé la mirada, ella aun seguía allí.

Yo recelaba mucho de las mujeres. Había dejado de estar con una chica que mandaba a sus amigas a seguirme y a hacerse pasar por pobres muchachas que necesitaban mi ayuda. A veces todavía me parecía verla escondida detrás de un árbol o dentro de un grupo de desconocidos. Luego estaba el detalle de que uno nunca podía estar seguro de cómo tratarlas. Algunas eran realmente desconfiadas, otras estaban demasiado ocupadas en sus asuntos, y la mayoría solo deseaba que las entretuvieras por un rato. Así que yo prefería mantenerme lejos de ellas, en un estado de ascetismo. Quería creer que era un misógino por naturaleza, o que me comportaba así para no ir detrás de cada mujer que conocía.

"Ya no sé", dijo ella, "¿y si de verdad el trabajo es para hoy?". Yo no acababa de entender a esta muchacha. Ahora parecía asustada. No hay nada más nocivo para la razón de un hombre que una chica asustada. Bueno, quizás dos chicas asustadas. Era hora de irse. "Seguramente es para otro día. Vaya, ahora recuerdo que solo pidió un avance", le dije. Me estaba dando cuenta de que ella tenía buena pinta.

Me dieron mis copias y me dispuse a partir. Ella me dejó el camino libre. Dio unos pasos para un lado y yo la seguí. "Quiero ver lo que has escrito", le dije. Ya no parecía asustada. Digamos que parecía un poco sorprendida.

Cuando empezaba a enfermarme de soledad, me ponía a beber, y si no tenía con quien beber, me persuadía de que ya había conocido a la mujer con quien me gustaría estar y me quedaba tranquilo pensando en que así le ganaba puntos a la buena suerte para poder quedarme con esa chica. Caminamos hasta el parque de la Facultad. La clase comenzaba dentro de cuarenta y cinco minutos. Pensé en que esa chica en verdad no lucía nada mal.

martes, 15 de abril de 2014

Los tres misterios

Cuando las cosas hayan cambiado y las personas piensen diferente, ¿qué les diremos a aquellos que quieran saber de nuestra generación?, aquellos que, más generosos y tolerantes que nosotros, vengan a rescatar del olvido esas emociones, esos sentimientos que guardábamos y que motivaron tantas impulsivas acciones.

¡Qué difícil tarea nos espera! ¿Acaso combatiremos contra la nueva generación que se avecina? ¿Para qué? Es mejor aunar fuerzas con ellos, contarles lo que hicimos y lo que no pudimos hacer: si fueron agitados nuestros días o cayó la noche muy pronto, si fue desleal la mano amiga o nos perdimos cuando apenas comenzábamos a conocer el mundo.

Yo resumiría el espíritu de nuestra generación en tres frases que han sido tomadas —torpemente, irresponsablemente— de las crónicas de mis compañeros. Lo hice porque creo que ellas encierran tanto la felicidad como la desdicha que llevamos, y es en la felicidad y en la desdicha donde mejor se aprecia el espíritu de una época.

"Como es de mi costumbre luchar contra las cosas..."

Es inevitable que en ante esta frase nos duela el alma, nos abrumen los recuerdos, nos abandonen las fuerzas, quizás nos asalten las tristezas mientras vislumbramos con claridad todos los tráfagos, todas las vicisitudes, todas las prisas que hemos encontrado. Hasta que aceptamos que toda la felicidad que podíamos alcanzar era mundana; todo triunfo, pasajero, y que contra las cosas de este mundo solo cabía la resignación o la lucha imperecedera.

"Me serví una taza de té de naranja..."

Y es por las mujeres —¿cuándo no es(como dijo Byron) por las mujeres?— que la vida es confortable. Ya se terminó el tiempo de los grandes movimientos y de los hombres solitarios, de los ideales generosos y de los caminos repletos de dificultades. Hoy en día todo lo inesperado, lo valioso, lo real lo encontramos en las mujeres. ¿Lo encontrarán asimismo ellas en nosotros? Las mujeres siguen siendo inexpugnables, más misteriosas que nunca, y con su consentimiento o con su refutación siguen decidiendo el destino de los hombres. Porque el capricho de una mujer es capaz doblar la voluntad de mil ejércitos, y solo ella habría podido esculpir con semejante dulzura una frase como esta.

"Comimos siempre alegres..."

¡La alegría! Ya hemos explorado la tristeza: exploremos ahora la alegría. El autor de esta frase es un hombre especial, un hombre que quiere decirlo todo, pero lo calla, un hombre que a todas las luchas le añade la lucha consigo mismo. Este hombre no es mi amigo, posiblemente nunca lo sea, pero es conmovedor el modo en que halló la felicidad. Estas palabras no pudieron haber sido escritas por un hombre triste, pues el hombre triste se retuerce en su propia soledad, y este hombre imaginó la felicidad no como algo para sí, sino como algo entre dos, un estado que es más fácil de alcanzar en compañía, y qué mejor compañía que la buena mesa. Hay las comidas sobrias y frugales, hay las comidas generosas y abundantes; un alma noble se place en ambas mesas; no le exige más al cielo ni desprecia la bendición de un día: es hombre resignado y siempre alegre, y si algo he querido decir con todo esto es que nosotros también conocimos la alegría.


lunes, 7 de abril de 2014

Comunicación Organizacional

I

Aquí uno tiene que conocer a todo el mundo. Conocer velozmente, superficialmente; de otro modo, uno aquí tendría que dejar que lo conozcan, y eso es lo mismo que renunciar a uno. De eso se trata la Comunicación Organizacional: de estudiar los comportamientos, los gustos y las rebeldías de las personas dentro de la empresa, y así entregar un diagnóstico sobre sus problemas comunicacionales. Es preciso formar y no formar parte, aparecer y desaparecer de los registros, hallar los problemas pero no hallarse dentro de ellos; es preciso ser un elemento que analiza, que sojuzga, que compara, y es increíble que a uno le paguen por eso.

En realidad para nadie es un secreto que todo está patas arriba y si a unos les pagan una miseria por hacer el trabajo de veinte, a otros les pagan un dineral por no hacer nada. Y para nadie es desconocido que el truco está en saber colocarse: porque en algún momento la realidad nos alcanza y ya es un hecho que debemos tomar las cosas más en serio. Por eso el curso de Comunicación Organizacional tiene dos requisitos: cursar el quinto ciclo y tomarse las cosas en serio, antes que no haya más tiempo y uno termine dentro de ese incómodo grupo de gente que no supo colocarse a tiempo. Pero para eso hay que estar preparados. 

—Vean lo compleja que es la comunicación entre dos personas —dice la profesora—; ahora, imagínense entre tres, ¡entre cuatro personas!

¡Cuánta razón tiene la profesora! Es difícil. ¿Cuánto de lo que decimos podrá traspasar las barreras de los prejuicios, de la torpeza, de la sensibilidad, de un momento inadecuado? ¿Cuánto realmente podrá atravesar el Ruido? Y, como dice la profesora, imaginemos la comunicación no ya entre dos, sino entre tres, ¡entre diez personas!, y ya no en un pequeño grupo, sino en una empresa, en una compañía, en una nación, una nación que requiere de una meta en común y un acuerdo para lograrlo. Además, es indispensable no olvidar nunca que estamos luchando por colocarnos. Para enfrentar esta batahola de problemas es que llevamos cursos como Comunicación Organizacional.

—En este curso —añade la profesora—, vamos a aplicar las normas de redacción de la APA (The American Psychological Association—. En verdad es prudente la profesora. Porque en ninguna parte hay tantos problemas de comunicación como en un salón de clases, donde cada quien tiene sus ideales, sus luchas, sus conflictos, su propio estilo, donde cada quien persigue un sueño inalcanzable. La comunicación no es en modo alguno un asunto sencillo.

II

A propósito, ¿cómo es la profesora? En esta clase yo me siento adelante. Para mí no hay curso más importante que este. Después de todo, aquí uno debe conocer a todo el mundo.

La profesora tiene miedo. Es lo primero que salta a la vista, pero ¿a qué le teme la profesora? Ella dice que se especializa y se especializa y siente que aun debe seguir especializándose, pues un profesional debe estar preparado para todo. 

En otra ocasión nos dijo: "Nada de esto, ni de esto tampoco. Mis alumnos no se meten en tonterías. Y recuerden: antes de protegerse, es mejor no hacerlo".

Otra cosa que notamos es que la profesora es una buena ciudadana. Y no solo eso, porque también es una interesante profesora, inteligente psicóloga, mejor amiga, y en suma, un elemento de provecho para la sociedad. Pero tiene miedo. Quizás la razón sea justamente el miedo. Miedo no solo a que la cojan desprevenida, a ser superada por las circunstancias, miedo también y sobre todo a sí misma, como cuando hacemos algo y solo después le buscamos una justificación para seguir en paz con nosotros mismos. 

—Es porque tiene que ser así —dice la profesora, y sin quererlo, en esta frase ha resumido todo el descontento, todo el infortunio, toda la impotencia de aquellos que hemos sido víctimas del miedo. Es porque tiene que ser así, ¿cómo podría ser de otra manera? Y toda la preparación, todos los estudios, todas las especializaciones son solo otra manera de hacer frente al temor de no ser capaz de manejar las circunstancias que vendrán. Un temor que es una constante en las personas de arriba, y que a veces nos trasladan a nosotros. Es el porqué de este curso y el sino de esta comunidad de la que somos parte. Ya hemos aprendido a vivir con eso.