domingo, 25 de agosto de 2013

Del recorrido de una frase y de sus muchos cambios en el camino

Y pensé en Batman. Para no creer. Pensar en Batman en un momento así. Dios, quizás fuera lo más importante de mi maldita vida. Saltar o no, caminar del brazo de alguien o caminar del brazo de lo que matamos. Y pensé en Batman. Curioso, qué trastornado debí estar para pensar de ese modo. Estaba cerca, más cerca que nunca, y me miraba como nunca antes me había mirado nadie, como depositando toda su fe en mí, como diciendo aquí estoy, sálvame y yo no lo soporté, creo que por eso pensé en Batman, para huir, para esconderme en el ridículo. Porque fue ridículo, ella tratando de creer en mí con todas sus fuerzas y yo pensando en el maldito murciélago.

Me dijo ¿Por qué? Quería saber por qué debía creer en mí y qué era aquello que solo yo podía darle. Estaba dispuesta a creer no porque yo fuera el mejor sino porque a esas alturas ya no le importaba si el cuento era de terror, de pesadilla o de misterio, solo quería que le contaran un cuento para dejar de sufrir y abrazar una historia que le permitiera vivir siendo parte de ella. Claro que sabía que yo no tenía nada, que yo era medio hombre, que media vida se me iba en una pasión que me dejaba descorazonado y exhausto y así era todos los días. Conozco la felicidad, sé donde reside, pero no la quiero. Entonces yo no era su salvador y ella lo sabía, sabía que no yo no podía curar sus heridas. Pero eso no importaba, solo tenía que decirle algo, un cuento, un cuento largo, corto o profundo o de esos que se te llevan toda la vida, un cuento que respondiera a la pregunta de por qué, de por qué debía creer en mí y de qué era aquello que solo yo podía darle. Y pensé en Batman.

Cómo maldije al murciélago y a la vida los días siguientes. Si hasta me reía de súbito en las calles. ¡Batman! ¡Por Dios! Qué tenia que ver Batman en un momento así. Ese día fue el último, no volvía a verla. No contestó mis mensajes, no respondió mis llamadas, no me miró más por la ventana ni en la calles. Eso fue lo peor, que no me mirase. Cómo si no me conociera, como si se hubiera extinguido aquella fuerza que nos atraía cuando salíamos de casa con el plan de dos vagabundos. Vaya que desde ese día empeoramos mucho.


Entonces estuve seguro. No sabía lo que diría pero de todos modos iba a decirlo. Fue más que yo ese deseo de estar solo. Conozco la felicidad, sé donde reside, pero no la quiero. Quise mirarla también, mirarla como ella a mí, pero no pude. Batman. Ya está, lo diría Yo puedo soportar la oscuridad. Y la risa más estremecedora se elevó por encima de nosotros, por debajo y a nuestro alrededor. Y ella se fue resignada de mí, dolida de mí, sabiendo que no le servía de nada, que todas mis ganas de ayudar eran solo ganas. Aquel palacio construido mil veces y cuidadosamente reconstruido otras mil se derrumbó por última vez. Se derrumbó por una maldita frase mía. Y luego me volví muy callado. Y comencé a reír con mucha fuerza cada vez que tenía la posibilidad para de a pocos eliminar toda esa furia que tenía contenida. Sí, fue el comienzo de todo. Desde ese día tengo miedo de abrir la boca.

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