Y
pensé en Batman. Para no creer. Pensar en Batman en un momento así.
Dios, quizás fuera lo más importante de mi maldita vida. Saltar o
no, caminar del brazo de alguien o caminar del brazo de lo que
matamos. Y pensé en Batman. Curioso, qué trastornado debí estar para pensar de ese modo. Estaba cerca, más cerca que nunca, y
me miraba como nunca antes me había mirado nadie, como depositando
toda su fe en mí, como diciendo aquí estoy, sálvame y
yo no lo soporté, creo que por eso pensé en Batman, para huir, para
esconderme en el ridículo. Porque fue ridículo, ella tratando de creer en mí con todas sus fuerzas y yo pensando en el maldito
murciélago.
Me
dijo ¿Por qué? Quería saber por
qué debía creer en mí y qué era aquello que solo yo podía darle.
Estaba dispuesta a creer no porque yo fuera el mejor sino porque a
esas alturas ya no le importaba si el cuento era de terror, de
pesadilla o de misterio, solo quería que le contaran un cuento para
dejar de sufrir y abrazar una historia que le permitiera vivir siendo
parte de ella. Claro que sabía que yo no tenía nada, que yo era
medio hombre, que media vida se me iba en una pasión que me dejaba
descorazonado y exhausto y así era todos los días. Conozco
la felicidad, sé donde reside, pero no la quiero.
Entonces yo no era su salvador y ella lo sabía, sabía que no yo no
podía curar sus heridas. Pero eso no importaba, solo tenía que
decirle algo, un cuento, un cuento largo, corto o profundo o de esos que
se te llevan toda la vida, un cuento que respondiera a la pregunta de
por qué, de por qué debía creer en mí y de qué era aquello que
solo yo podía darle. Y pensé en Batman.
Cómo
maldije al murciélago y a la vida los días siguientes. Si hasta me
reía de súbito en las calles. ¡Batman! ¡Por Dios! Qué tenia que
ver Batman en un momento así. Ese día fue el último, no volvía a
verla. No contestó mis mensajes, no respondió mis llamadas, no me
miró más por la ventana ni en la calles. Eso fue lo peor, que no me
mirase. Cómo si no me conociera, como si se hubiera extinguido
aquella fuerza que nos atraía cuando salíamos de casa con el plan
de dos vagabundos. Vaya que desde ese día empeoramos mucho.
Entonces
estuve seguro. No sabía lo que diría pero de todos modos iba a
decirlo. Fue más que yo ese deseo de estar solo. Conozco
la felicidad, sé donde reside, pero no la quiero.
Quise mirarla también, mirarla como ella a mí, pero no pude.
Batman. Ya está, lo diría Yo puedo soportar la oscuridad.
Y la risa más estremecedora se elevó por encima de nosotros, por
debajo y a nuestro alrededor. Y ella se fue resignada de mí, dolida
de mí, sabiendo que no le servía de nada, que todas mis ganas de
ayudar eran solo ganas. Aquel palacio construido mil veces y
cuidadosamente reconstruido otras mil se derrumbó por última vez.
Se derrumbó por una maldita frase mía. Y luego me volví muy
callado. Y comencé a reír con mucha fuerza cada vez que tenía la
posibilidad para de a pocos eliminar toda esa furia que tenía
contenida. Sí, fue el comienzo de todo. Desde ese día tengo miedo
de abrir la boca.
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