Mientras me decía sobrado y esas cosas y me miraba con ojos de verdadera sorpresa, yo luchaba por graduar la voz que estaba a punto de salir de mi boca: tampoco la había visto pero ella estaba genial, sobre todo por esos nuevos lentes que le quedaban muy bien. Saqué el celular para ver la hora y ella me lo quitó con suavidad. Se puso a hacer no sé qué cosa que yo no podía fijarme pero era relajante verla con algo mío entre sus manos. Comenzó a tomarme fotos y yo tenía que batallar ahora contra el rubor que amenazaba con invadir el rostro serio que había configurado. Ella tomaba las fotos y me las iba mostrando señalándome en cuales salía bien y en cuales no.
Llegaron dos amigos, uno mío y otro de ella, que se sentaron junto a nosotros y nos entretuvieron por separado. Ella siguió tomando fotos y luego de unos minutos me devolvió el aparato con unos lindos collages que había hecho. Quise saltar sobre ella y alzarla en peso y agradecerle por todo pero no podía abandonar la pose de chico huraño que tan bien venía funcionando. Además estaban nuestros amigos. Aunque eso no importó mucho porque al rato ambos se marcharon y llegó la profesora y nos quedamos escuchándola. La clase estuvo interesante y duró poco más de una hora. Luego ella me dio un beso en la mejilla y se marchó, y yo no pude seguirla porque los chicos de gesto adusto no hacen ese tipo de cosas.
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