domingo, 6 de julio de 2014

Buscando una oficina

Advierten los periódicos que este año el invierno se ha retrasado hasta julio, y que los vientos y las lluvias arreciarán recién en agosto. Yo busco trabajo. Salgo temprano, para que no me gane la pereza; compro, uno, dos, tres periódicos, y me centro en aquellos recuadros que salen debajo de las grandes noticias, donde las empresas pagan sus anuncios. Yo viajo de carro en carro, por diversas avenidas, a extraños distritos, tocando puertas y leyendo las noticias de mis tres diarios.

¿Tres diarios? Yo creo que tres diarios, en nuestra ciudad, es una obligación. Yo compro, en primer lugar, el Trome, para solazarme un rato, para saber cómo está el fútbol y, más tarde en casa, recortar toda clase de tickets, vales y cupones de descuento (que tanta falta me hacen). Compro también Perú21, como un sistema de alertas: si un día me sorprendo de acuerdo con un artículo de Perú21, me pongo lívido, y pienso que algo debo estar haciendo mal o que hay algo que no he visto. Compro, por último, La República, para ver qué de nuevas se trae Carlín y aprender un poco de ajedrez.

Todo esto leo yo mientras estoy en los carros. No hago mucho caso de las noticias porque en nuestra ciudad es inhumano estar al tanto de las noticias, con tanta inmoralidad y con tanto crimen; además, porque recientemente extraños eventos me ha llevado a la conclusión de que en nuestro país todo se repite, solo que a escalas cada vez mayores.

Veamos un ejemplo. ¿Qué sucedió en nuestro país hace dos años? Así, de manera somera. ¿No es cierto que alguien robó, que se descubrió que alguien estuvo robando, que se cometieron muchas injusticias y que murió gente buena? Aquí los nombres son lo de menos. ¿Y qué hechos ocurrieron hace poco, el año pasado? ¿No es cierto que nuevamente algunos robaron, se descubrió que muchos venían robando, se cometieron incontables injusticias y murió casi toda la gente buena? Mientras recorro las avenidas de esta curiosa ciudad, con mis tres diarios a cuestas, yo pienso que lo más seguro es que vuelva a pasar lo mismo este año.

Mi hoja de vida, o como le decimos aquí: currículum vítae (la única locución latina que manejamos), es una cosa muy curiosa. Está mi nombre, mi dirección, mi número, mi experiencia ultraterrena y mis expectativas salariales. Yo tengo un problema con mis expectativas salariales. Aquí los empresarios esperan que los estudiantes coloquen trescientos setenta y cinco soles en sus expectativas salariales, que viene a ser la mitad del salario mínimo (cuando no lo redondean, como es justicia para ellos, a trescientos cincuenta). Mi problema con las expectativas salariales, que es de paso mi problema con los empresarios, es que en Lima nadie puede sobrevivir con trescientos setenta y cinco soles. ¿No se gastan doscientos soles mensualmente solo en el almuerzo? ¿Acaso el pasaje baja de cien soles cada treinta días? ¿No tiene además uno que estudiar, que cenar, que sacar copias y separatas, que pagarse algún curso o al menos tener cincuenta soles en el bolsillo para gastarlos en lo que le venga en gana?

Este es mi problema con las expectativas salariales. Porque en ese caso sin duda es mucho más digno quedarse todo el día en casa, abrigado, seguro, sin gastar mucho dinero ni tener que mostrar proactividad y buen ánimo a las gentes. Claro que con sus empleados, secretarias y asistentes; porque nadie conoce donde operan los verdaderos empresarios. Por este pequeño desarreglo discutimos los representantes de los empresarios y yo continuamente.

Pero no todo son malas noticias. En mis recorridos he comprobado que cada día hay más celulares en la ciudad, y cada día entran nuevas marcas con increíbles innovaciones al mercado. También he notado que la instalación del servicio de gas avanza a paso firme, que los eventos musicales y deportivos están a la orden del día, que proliferan los restaurantes y las marcas de ropa. Y en camisas por fin estamos avanzando.

Yo no puedo evitar fijarme en esto cuando ando por las calles, con mi hoja de vida, mis periódicos, con mis sueños y mis expectativas salariales. ¿Dijimos sueños? ¿Todavía hay sitio en nuestra ciudad para los sueños? Oh, queridos amigos, queridos lectores, siempre habrá lugar para los sueños.

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