Pletórico de dicha me encuentro esta
mañana, y no siento nada. Colmado de bendiciones que a cualquiera emocionarían. Las uvas que comí aún no digieren del todo. No eran
ni verdes, ni rojizas, ni moradas. Tenían un color indescifrable
como algunas montañas. La luz de sol ha entrado por mis ventanas;
estas no la han podido detener. No es su culpa. Yo duermo con la
cabeza cubierta con un trapo. Es el porqué de mi sueño prolongado.
También es causa el sonsonete del día. Como si la tierra respirara.
O será que respira y en algunos jardines agoniza. Yo no sé pues,
nada de nada. Solo que mis ojos no se abren cuando en mi cuarto ya es
de día. Pero la luz espanta a las arañas que, impetuosas, me rodean
sin sentir nada. ¡Hay que ver que no sienten nada! Y yo no sé por
qué se alimentan de mí si dolor no sienten, hambre no sienten,
frustración no sienten...
Mi madre está convencida de que me
despierto temprano. Cuando, amodorrado, siento sus pasos, cojo el
libro y finjo leer. Claro que dejo el trapo a un lado.
El trapo es en realidad un polo viejo. Es blanco y con cuello en
forma de “o”. Pero yo estaba pletórico de dicha. Hablar de
trapos no se justifica. ¡Como si fuera un plumero! Siempre hay mucho
de felicidad en un plumero. Yo tenía una pariente que nunca me
permitía coger el plumero. Ella era muy ruda y me advertía que si
lo cogía me entraría el polvo por la nariz y me enfermaría. Lo
peor era que lo ponía en alto. Tan alto que no llegaba ni con silla.
Y la vez que intenté poner silla sobre silla me caí y desde ese
momento vivo asustado.
También dije que no sentía casi nada.
Es verdad, sino no estaría hablando. Hay que ser tontos para hablar
antes que sentir. Hablar es no percibir nada y, encima, tener el
desfajo de comunicarlo. En cambio, sentir es aceptar que uno no sabe
nada pero intentar remediarlo. Es por eso que yo no hablo. A menos
que me lo pidan, claro. Tampoco se tiene que ser descortés, aunque
uno lo sea por naturaleza.
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