martes, 31 de diciembre de 2013

Durante el año

Te digo la verdad, no sé cuánto tiempo vaya a durarme esta cordura. Ahora estoy sereno, pero hace unos momentos me vinieron unos arrebatos en los que no quiero pensar. Quien quiera que haya puesto en mí este mecanismo para reconocerte hizo un buen trabajo. Te reconozco, y aun ahora, te veo.

Te digo otra cosa: me gustan los pies porque siempre necesitan abrigo; son como niños a quienes descuidamos después de comprarles la ropa y los juguetes. Pero ellos necesitan de nosotros, necesitan abrigo. Me gustan los pies porque son fuertes y ágiles y nos llevan a todos lados. Porque hasta en una importante reunión uno puede jugar con sus pies sin perder la mesura. Quiero que sepas que yo no puedo dormir con medias. Mi madre me quitaba las medias antes de dormir cuando era niño y es por eso que nunca duermo con ellas. Cuando siento frío en el cuerpo, me abrigo los pies con una manta y el frío desaparece.

Del mismo modo, yo quisiera conocer tus manías, tus juegos, tus pecados, tus vicios secretos. Yo quisiera verte sin luz y empezar a dibujarte a partir de tu voz, tu olor y tu cuerpo.

Yo quisiera conocerte toda. Y si eres desconfiada niégame el trato y aún así te conoceré cuando recorra tu cuerpo. Yo te provocaré hasta que la impaciencia te derrote y te amaré tiernamente porque para eso te esperé tanto tiempo. ¡Vaya que ha sido un largo tiempo!



sábado, 21 de diciembre de 2013

La Navidad de Paquita

Paquita estas navidades
Hará bizcochos de fresa
Para causarles felicidades
A sus amigos de mesa.

El gran bayo ya entrena
Su hocico demoledor
Con los pastos y avenas
¡Del granero acaparador!

El buey enano espera
Soleándose en la campiña
Tosiendo la carraspera:
¡Cuánto se tarda la niña!

Y las gallinas molestas
Enfrentan al gallo altivo
Reclaman sus pertenencias
Y sus vestidos cautivos.

Los habitantes presienten
La estrella llegando pronto
¡Llegando por el oeste!
Hay humo saliendo del horno.

Paquita esta Nochebuena
Los tiene a todos reunidos
Ella comparte su cena

Con sus animales queridos.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Réquiem por un bastardo en Navidad

No una, ni dos ni tres sino infinitas veces, y en la última oportunidad: “tal vez estas navidades”. Pero las navidades llegaron con ese olor que se apoderaba de toda la calle terminando con nueve meses de colegio o universidad o lo que fuera. Pero ni siquiera así, ¿comprendes? No la navidad sino las navidades, amables y extensas para sanar cualquier herida sufrida durante el año, aun aquellas que descorazonan: que le arrebatan a uno el corazón. Y sin embargo, fueron en vano esas navidades, y desde entonces dejaron de ser eso: navidades, para convertirse en una sola fecha, una conmemoración, un aniversario que destruía los días a su alrededor: la Navidad.

Desde su punto de vista la decisión era comprensible. En frente tenía a un maldito, ¿ahora comprendes? Y entonces supe que las mujeres son capaces de perdonar a un maldito, pero de ninguna manera a un maldito bastardo. Y para ella yo era un maldito bastardo.

Y lo más probable es que aquel “tal vez estas navidades” fuera un deseo de redención, no ya para volver al mismo ciclo de antes (una, dos, tres, infinitas veces) como para colocarnos frente a frente y darnos las gracias y que nadie se arrepentía de nada. Pero no ocurrió aquella navidad ni las siguientes y desde entonces se terminaron las navidades. Porque nos había fallado. Intenta comprender: una vida creyendo, creyendo de verdad, soportando nueve meses de clases de colegio o universidad solamente por ese olor que despide el mes de diciembre, que significa que no había sido creer por creer ni esperanza tirada a la basura; una vida creyendo para de pronto dejar de creer y la conciencia repitiéndote: “Está bien. Porque te comportaste como un maldito bastardo, está bien”.

Y precisamente por esa razón no tener ahora el valor para contar ni ya nunca tenerlo. Porque un hombre jamás toma una decisión: es la vida quien decide por él, desde la ropa que viste hasta el lugar donde vivirá con su familia por los años que le sean dados. A cambio, uno solo tiene que comportarse correctamente, no ya de la mejor manera y teniendo compasión por todos, sino de manera al menos correcta, es decir: no siendo un maldito bastardo. No por Dios, ya que Dios perdona y sufre al lado de sus bastardos; solamente por ella, debido a que una mujer alcanza a perdonar a los malditos pero no hay forma de que perdone a un maldito bastardo.


Vargas Llosa escribió una vez un libro sobre cómo una mujer no es capaz de perdonar a un bastardo aun cuando fuese su propio padre, y por supuesto, tampoco a sí misma. Quizás se trate de eso, ¿comprendes? De un perdón que nunca se obtiene y así poder avanzar, porque si existiese eso llamado perdón uno siempre podría volver a lo de antes. Así que Vargas Llosa tenía razón; pero siempre ese sobrante de fe, esa fe que no muere y que anhela convertirse en esperanza, de encontrar una mirada y un saludo diciendo que todo está bien e incluso las cosas duras y malas valieron la pena después de todo, y en el fondo uno siempre queriendo que las cosas vuelvan a ser como antes.

La eterna esperanza encontrando la manera de sobrevivir, aunque no tenga ya recursos ni nadie quiera hacerse cargo de ella. Porque está bien eso de renunciar al perdón para avanzar, pero también es necesario mantener la esperanza. De entre todos los motores del mundo, el más noble es la esperanza. Solo por eso, volveremos a esperar. Tal vez ocurra estas navidades.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Fuerzas golpistas en Navidad

Con suma puntualidad nos hemos reunido primos y primas para construir nuestro árbol de Navidad en casa de los abuelos.

Los primos movemos los pesados muebles y trepamos a las sillas más altas siguiendo las órdenes de nuestras primas, alegres poseedoras de un par de sentidos que nosotros echamos en falta. Los niños decoran el árbol arrancándose los lazos, los bastones, las campanas; pero las niñas siempre ganan y son quienes deciden la ubicación de los adornos: es así como los niños empiezan a entender esa verdad de la vida que consiste en dejar a las mujeres decidir, hacer y corregir si se quiere que las cosas salgan bien.

Con estudiada paciencia enrollamos y desenrollamos cintas de colores sobre el árbol hasta que nuestras primas muestren su contento. Pero el contento de nuestras primas es una cosa muy difícil de lograr; ellas perciben detalles que los hombres ya renunciamos a atalayar en la cercanía y en la distancia. Somos una legión de obreros felices de seguir órdenes, nunca faltos de voluntad.

Fuerzas golpistas tocan la puerta, y es necesario enviar un contingente de primas pequeñas y mayores para impedir cualquier traspaso.

Al fin logramos formar con las cintas brillantes una perfecta espiral alrededor del árbol. Y sin embargo, recibimos más empellones, nuevamente de las primas, esta vez provistas de tiras y tijeras para remachar las imperfecciones de nuestro temeroso árbol. Antes de iniciar su labor, separan a los más pequeños con una mirada, mirada en la que se resume toda la severidad y todo el amor con que fueron formadas para enmendar el atribulado camino de los hombres.

Ellas son hábiles con las manos y finalizan su tarea en unos cuantos minutos. Y el árbol adquiere juventud, gana en lozanía, labor que los primos admiramos mientras se nos ordena barrer los restos pero cuidando de no tocar nada. Nosotros, en efecto, nada tocamos, ya que de tanta práctica nos hemos vuelto peritos en labores de limpieza (secreto que no debe llegar por ningún motivo a los oídos de nuestras laboriosas mujeres).

Ya todo está quedando listo. Es hora de levantar sobre los hombros al más pequeño de la familia, para que se sienta invencible por unos segundos colocando la estrella en lo más alto del árbol. No será su labor por mucho: en nuestra familia el número de niños se incrementa escandalosamente cada año.


Las primas se sacuden el polvo y dan la labor por terminada. A su orden, corren a abrir la puerta las más pequeñas. Las fuerzas golpistas son en realidad nuestros padres, abuelos, tíos, bisabuelos, padrinos, que se dirigen en tropel hacia el árbol que señala el inicio de las navidades. Mientras tanto, los primos grandes y los más chicos somos enviados a devolver las bolsas y cajas a la azotea. Y es en este lugar donde comprendemos que la Navidad llega para todos, pero sería imposible sin nuestras mujeres.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Ayacucho: compañeros de viaje

Son tres los libros que llevo conmigo en este viaje: un tomo de las poesías de Walt Whitman; Del sentimiento trágico de la vida, escrito por Miguel de Unamuno, y un curioso y diminuto libro llamado Los amores tardíos, de Pío Baroja.

Un poemario, un libro de ensayos y una novelita. ¿Qué puedo decir yo sobre estos libros? Puedo decir, para comenzar, que uno es rojo, el otro verde y el tercero blanco, aunque algo descolorido por la vejez implacable. Este último es el único que está forrado. Yo creo que es imposible dejar de sentir un cariño especial por un libro llamado Los amores tardíos.

Es verde Del sentimiento trágico de la vida, la terrible colección de ensayos de Unamuno. Tiene la portada roída y se descascara más cada día. Yo atisbo que no dudará mucho. Padece de una rotura en una de sus esquinas inferiores, la cual amenaza con extenderse por toda la tapa. Y es que este libro es tan doloroso, tan descorazonado, tan falto de bondad, que uno llegar a sentir respeto y admiración en sus páginas, pero de ninguna manera amor.

Por último, es rojo el libro con los poemas de Whitman. Este es un libro poderoso. Lo es por fuera, posee una resistente tapa con letras doradas; lo es por dentro: un libro tan decidido que no necesita de la rima para ahondar en uno; un libro que, de masificarse, cambiaría el mundo.

Yo siento no poder decir más que estas superficialidades acerca de mis compañeros de viaje. Yo no no soy capaz de más por el momento. Y sin embargo, estos compañeros tienen fe en mí. No dejan de decirme cosas, de contarme historias y son, en su proceder, sumamente honestos. Mañana los llevaré a recorrer las famosas iglesias ayacuchanas: una bendición es lo que nos hace falta para continuar este doloroso trabajo.


"Soledad es misteriosa, no solo para los demás, sino para sí misma. A ella no le gusta que se lo digan. No comprende la impresión que produce. Si el ciprés pudiera hablar, diría: «¿Por qué me encuentran a mí triste?». Probablemente la rosa, si pudiera también hablar, se asombraría de que la encontraran exuberante".
Los amores tardíos, Pío Baroja

martes, 19 de noviembre de 2013

Ayacucho: razones para permanecer en casa

Son las nueve de la noche. Está a punto de terminar mi primer día en Ayacucho. Afuera, caen aguaceros que se extinguen después de unos minutos; hay relámpagos viniendo desde las montañas, y dicen las gentes de aquí que es lo normal.

Pero dentro de casa se está bien, es cálido y tibio, y a pesar de que este quinto piso ha permanecido deshabitado durante mucho, no se ha acumulado el polvo sobre los muebles. Por todo esto, hemos decidido no salir esta noche, aun cuando las luces de la ciudad titilen a través de las ventanas.

Huamanga es grande. Es la más grande de todas las ciudades que he visitado, y el cielo se encuentra terriblemente cerca de la ciudad. Este cielo tan pegado a la tierra da la impresión de estrechez, y uno piensa que todo aquí se encuentra a unos pasos. Si a esto le sumamos las muchas personas, las calles angostas, lo abundante de carros y motos, el clima inestable, tenemos una ciudad entretenida y caótica.

Las personas de vida apresurada se sentirán aquí a su gusto, y esa es la principal razón de que nosotros hayamos decidido permanecer esta noche en casa. 

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Has de oír al vino cuando habla

Leo a Platón. La verdad, yo me siento un poco ridículo haciéndolo. ¿Qué hago yo leyendo a Platón? Yo debiera leer otra clase de libros. Pero no, yo leo a Platón. Y él me habla de la virtud, de la verdad y de la justicia universales, de estas ideas que pertenecen a un mundo anterior al hombre y que, por lo tanto, lo sobrevivirán. Y si acaso nosotros queremos perseverar en nuestra existencia reencarnados en seres nobles y no en alimañas, tenemos que proceder con estas mismas virtudes, verdades y justicias universales.

Yo no sé si entiendo bien todas estas ideas. Es decir, se supone que ya han sido superadas. Esto es algo imposible para mí. ¿Como puede ser superada una cosa tan bella como la inmortalidad del alma? ¿Cómo y cuándo es que la hemos superado? 

Una vez, discutía con dos amigos que practicaban la historia y la antropología. Al hablar de Dios, tuve el desatino de citar las pruebas de Descartes, que tanto me habían fascinado desde niño. Mis amigos me dijeron que en una discusión yo no podía citar a Descartes, porque sus teorías ya habían sido superadas. Admito que me ofendí e intenté un alegato; pero este resultó débil y confuso, hasta para mí. Entonces supuse que ellos tenían razón y que, en efecto, Descartes había sido propasado; lo cual, más que indignarme, me apenó un poco.

Y ahora leo a Platón, quien, con paciencia infinita, me explica que no hay razón para temer a la muerte: solo los tontos y los cobardes huyen de lo desconocido. Yo me pregunto si esto también ha sido superado. ¿Qué cosa, por Dios, no ha sido rebasada en nuestros días? Yo exijo saberlo, o en última instancia, exijo que me digan por qué yo no puedo acceder a ello.

Pregunto por la única mujer que quise de veras y la respuesta es tajante: “Lo ha superado”. Y ante esto yo ya no sé si indignarme o gritar. ¿Qué más puedo hacer? Tal vez todo sea cosa mía; tal vez yo no pueda superar nada.

No debes olvidarlo. No se puede olvidar nunca nada. Especialmente cuando nada se ha perdido. Cualquier experiencia tiene demasiado valor para ser olvidada... No es imposible. Lo harás. Un caballero debe hacerlo. Para un caballero no hay nada imposible. Lo afronta todo. Acepta la responsabilidad de sus actos y carga con las consecuencias, aun cuando no haya asumido la iniciativa y se haya limitado a jugar un papel pasivo, en un lugar de decir «No» en el momento oportuno”. 
William Faulkner