Os
digo, pues, que sois unas descaradas y unas bribonzuelas, etc.
Etcétera: Jonathan Swift era,
como todo inglés, un hombre muy abocado a las labores mundanas; nunca
terminaba de contarle a Estela cuantas cosas había hecho durante
el día; por eso, solía terminar sus cartas con un etcétera.
A
diferencia, por ejemplo, de Napoleón, quien le rogaba a Josefina que
se dignara a escribirle, Jonathan Swift no podía aceptar que Estela
estuviera sobre él en su correspondencia. Llevo cinco, y
tú apenas dos. No esperes ganarme,
le recordaba.
Para
no turbarle demasiado los ojos, animaba a Estela a dejarse leer las cartas por
la criada, ocasión que aprovechaba para colocar mensajes que debían
permanecer ocultos a su amada: He olvidado deciros que
compré seis libras de chocolate para Estela,
o para amonestarle su curiosidad: No leas esto,
bribonzuela.
Jonathan
Swift era mayor que Estela por unos quince años: una diferencia tentadora para cualquiera. Pero su pasión no declinó en la
madurez; se volvió serena y prudente: No, no prometo
mandaros una carta cada semana, pero escribiré todas las noches y
cuando vuelvas, te mostraré.
Sabemos que lo
ordinario y lo extraordinario de un hombre provienen siempre de su
pasión amorosa. Acabamos de mencionar la tragedia de Napoleón. Es lo de menos. Porque Napoleón, mientras conquistaba las costas
italianas, al mando de treinta mil hombres, sacrificaba una hora de su descanso para escribirle a Josefina, que se entretenía allá en París entregándose a jóvenes y atractivos militares: Ojalá que el
destino concentre todas las penas y todos los dolores sobre mi
corazón y dé a mi Josefina días prósperos y felices. Y es que ¿cómo dominar, pues, los destinos de naciones enteras, sin un alma a
la cual rendirle cuentas?
Napoleón,
con todo su genio, tardó un matrimonio, una infinidad de sufrimientos y acaso toda una vida en descubrir lo que Jonathan Swift
columbrara tan pronto. En Los viajes de Gulliver descansa este pasaje: Pues es máxima aceptada que entre gentes
de buena crianza una esposa debe ser siempre una compañera agradable
y juiciosa, ya que no puede conservarse joven toda la vida.
Y habiendo alcanzado, como pocas veces sucede, algo similar a una respuesta,
damos fin a estas disquisiciones, que ya llevaban algunos días
alborotando nuestros pensamientos.
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