jueves, 27 de febrero de 2014

Mi perro

La noche en que la chica me dejó, antes de tomar su carro, me dijo que no podía ser que yo prefiriera dejarlo así antes de luchar y hacer cualquier cosa por retenerla.

Lo cierto es que no era la primera vez que una mujer me lo decía. Pero ahora la chica se estaba llevando una buena parte de mí y yo no podía simular que no estaba pasando.

Yo no entiendo hasta hoy qué entienden las mujeres por luchar; si uno lucha a cada instante, en todo momento; todos los días hay que enfrentar una nueva batalla para ganarle terreno a la cobardía y al pecado porque Dios ha dispuesto que ese sea el precio de vivir en la tierra.

Mi perro no tiene idea de esto, pero él también libra su lucha, ¡contra tantas cosas!, y yo no me figuro que él hiciera mucho caso de una hembra de su propia raza que viniera un día a la casa a pedirle que luche por ella, aunque toda la labor de mi perro consista en echarse de bruces sobre el piso de la sala a mirar la televisión.

Y en el hipotético caso que mi buen perro se dignara a escuchar el ladrido de la hembra, creo que respondería: «Eso, exactamente lo que dices, ni más ni menos, pero es lo que hago». Y se volvería a tender de bruces sin hacer caso de la hembra hasta que tengan lista su comida o sea hora de cazar algún ratón.

Y es que, como bien sabe mi perro, todos hacemos algo. Casi nunca hay razón para hacerlo, pero cada quien se dedica a algo diferente y nadie tiene porqué meterse en las cosas de uno. 

Pues yo supongo que esta chica creyó que ya que yo no libraba ningún combate bien podría librar el suyo. ¡Al diablo con ella!, diría mi perro si pudiera hablar, que allá afuera hay miles de sujetos incapaces de comprometerse con nada, dispuestos a celebrar cualquier batalla para no sentir que la vida se les va sin dejarles nada a ellos; pero tú no, tú tienes un compromiso y debes llevarlo hasta el final, no porque saques nada de ello, sino porque lo has decidido; tú libras, desde tu escritorio, tus propias batallas y luego ya no tienes fuerza para volver a luchar, así sea por ti mismo. 

Eso diría mi perro, que me conoce, y menos mal que no habla, si mañana se le da por ponerse a debatir con los hombres, labor de sumo ingrata que no le recomiendo a ninguna especie.

Puesto que mi perro y yo somos incorregibles seguiremos perseverando en nuestros ideales. A nosotros nos dicen muchas cosas cuando salimos a la calle, pero ambos sabemos que él moriría cien veces por mi causa y yo entregaría casi cualquier cosa a cambio de una buena obra. Esto no es del todo cierto, ¡pero es que mi perro y yo somos unos exagerados!

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