sábado, 10 de noviembre de 2012

La casa de Julio


Estaba bien vestido. Nadie podía estar mejor vestido que yo. Cada prenda que llevaba era de color negro, obviamente en diferentes matices, y todo combinaba muy bien. En adelante, recordaría esta combinación. Puse la canción más motivadora que pude encontrar en mi computadora y me esforcé en ser motivado. No lo conseguí pero supuse que esto también estaba bien por lo que apagué la computadora, revisé el contenido de mis bolsillos y salí de la casa.

La casa de Julio quedaba en San Isidro. Yo solo conocía este distrito por ser la popular sede del canal cuatro. Julio me había asegurado que tomando en sentido contrario el carro que me llevaba el colegio, llegaría a su casa en una hora y media. Debía bajarme en un famoso cruce de avenidas y llamarlo para que me recogiera. Lo esperé en el lugar acordado, frente a una pollería que por su magnitud sobresalía en las avenidas. Nunca había visto un sitio tan limpio. Busqué una envoltura, un pedazo de comida y por último, un perro callejero, y no encontré nada. Eso, sumado al rostro blanco de Julio que ya había llegado y al impecable aspecto que mostraba, me intimidó y de pronto me vi ridículo todo de negro en un distrito tan diáfano.

Julio había dejado el colegio hace dos años y no nos habíamos visto durante todo ese tiempo. Estaba más alto y llevaba el pelo largo y ensortijado. En su nuevo colegio se lo permitían. Todavía conservaba muchos gestos de aquel pequeño, macizo y paticorto amigo que yo recordaba. Él ya me había hablado de su cambio. Decía que en su nuevo colegio había aprendido cosas.

El edificio en donde vivía Julio era inmenso. Tenía sistema de seguridad, ascensor, recepción y cochera. Estaba al frente de un circuito de parques. Era la tercera vez durante el recorrido en que le decía que no podía creer que alguien que dejó el colegio por no tener dinero estuviera viviendo en un lugar así. Y una vez más me contestó que la casa le pertenecía a un tío, que su papá taxeaba y que, por su trabajo, casi nunca veía a su mamá.

Llegué antes de la hora pactada y su enamorada aún se encontraba allí, pero eso no era problema. Ya la conocería, era bonita y mayor que él. Su hermano, que ahora tenía enamorada, también estaba en la casa junto con ella. No me sentí incómodo al escuchar nada de esto.

Su casa era igual de limpia que San Isidro. Había pocos muebles en la sala. Eso la hacía verse espaciosa. Recostada sobre uno de los sillones, se encontraba la enamorada de Julio. Era diferente a como Julio me la había descrito y aún así, era hermosa. Llevaba pantalón blanco y blusa, y destilaba una elegancia inusual. La saludé y me senté a su lado mientras Julio anunciaba que se iba un momento a su cuarto. Ella me preguntó algo mostrando una pronunciación sutil y perfecta y toda la impaciencia e incomodidad que antes no había sentido de repente se me vino encima. Respondí una barbaridad y esperé a que Julio volviera.

Al rato regresó y me llevó por un pasadizo hacia su cuarto. Su casa era diferente a cualquier otra. Los cuartos se interconectaban mediante corredores, pasillos y más cuartos. Habían muchas curvas y muebles en casi todas las esquinas. Las puertas que Julio me anunciaba daban a habitaciones tan inusuales en una casa normal como la lavandería, el cuarto de ropa y el de espera. En ese momento, pensé que era posible perderse en ese departamento. Más tarde recalé en lo tonto de ese pensamiento.

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